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Luneth estaba enojado

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Luneth estaba enojado. En la florería de siempre no encontró rosas. Y si no eran rosas no le servían. Compró tulipanes para su madre, porque sabía que los tulipanes eran sus segundos favoritos, pero para el Sr. Joe, para él tenían que ser rosas rojas.

Buscó otra florería. El camino le resultó un tanto molesto, el viento había estado algo violento desde la mañana y el polvo y el sucio que levantaba se introducía en sus ojos y en su nariz y esto lo incomodaba. Aunque la cosa había sido peor mientras trabajaba, porque lo que el viento levantaba no era sólo tierra, así que dejó de quejarse.

Hizo falta que visitara cuatro florerías antes de que encontrara rosas rojas, pero sólo pudo comprar media docena. Con esas bastaría por el momento. Salió del establecimiento, tomó un taxi y se dirigió al lugar en donde su madre había muerto. No le gustaba gastar dinero innecesariamente, pero así como estaba el clima las flores terminarían estropeándose y no quería que los pétalos llegaran marchitos.

Colocó los tulipanes en el lugar de siempre y notó la forma en que contrastaban con el resto del paisaje, viera por donde viera, siempre era lo mismo: pobreza, suciedad, dolor, muerte... El que su madre muriera ahí lo indignaba, aún más lo había indignado que la cremaran, en una fosa común, con los demás vagabundos, con esos cuerpos que en los hospitales nunca nadie iba a reclamar y que no le servían ni siquiera a los estudiantes de medicina. Ella jamás se había merecido eso. Por eso Luneth nunca iba al crematorio, no, ese lugar no le pertenecía a su madre y su madre no pertenecía allí, ella siempre pertenecería a la calle.

Limpió sus lágrimas y se levantó. Siempre lloraba, a pesar de que era algo que hacía todos los meses durante su día libre. Luego de esto tomó otro taxi y le indicó al taxista la dirección. Ta vez ese parecía el día más tétrico para visitar un cementerio, pero esto al taxista no le importó, así que no hizo preguntas.

Cuando Luneth por fin llegó, sonrió, siempre pasaba un momento agradable con el Sr. Joe.

Caminó lentamente mientras sentía como su ropa y su cabello eran sacudidos por el viento. Bostezó debido al cansancio repentino pero se obligó a seguir caminando. Su primera reacción, cuando notó que alguien descansaba frente a la tumba del Sr. Joe, fue normal; probablemente se trataba de alguno de sus hijos, o alguno de sus alumnos, el Sr. Joe había sido alguien bastante querido.

Se acercó y, con paciencia, se arrodilló junto a la desconocida persona que yacía de lado, con el rostro escondido bajo el brazo, y lo agitó. Vaya que debía estar cansado si se había quedado dormido en un lugar como ese. Lo agitó una segunda vez al percatarse de que no respondía, y cuando el extraño por fin retiró el brazo que escondía su rostro, Luneth casi grita de espanto... espanto y sorpresa. Fue un sobresalto que hizo que se fuera de espaldas.

—¿Milo? —tartamudeó como estúpido, como alguien que acaba de toparse un fantasma.

Milo restregó no sólo sus ojos sino el último rastro de somnolencia que llevaba consigo y, súbitamente, abrazó a Luneth tan fuerte como pudo, como si jamás quisiera soltarlo.

Frío DiciembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora