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Transcurría mediado de diciembre y la temperatura disminuía, inclemente

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Transcurría mediado de diciembre y la temperatura disminuía, inclemente. Era como si el tiempo tuviera su propia cuenta regresiva; la navidad ya estaba a la vuelta de la esquina.

Esto no era algo que supusiera especial problema a Luneth, aunque ciertamente en años anteriores sí había sido de esta manera, y la desesperación por sufrir en carne propia esa agonía producto del despiadado clima casi lo había llevado al borde de la muerte.

Ahora, en cambio, el problema se había resuelto sin que él pusiera mucho esfuerzo, y el frío que alguna vez caló sus huesos, se había transformado en una calidez revitalizante, casi utópica. Y todo gracias a Camilo, Milo, como le gustaba que lo llamaran.

Era precisamente por esto que jamás se metía a la cama solo, y si Milo decidía desvelarse estudiando, Luneth le hacía compañía. Así, cuando ambos se acostaban sobre el cada vez más roído colchón que servía de cama, lo encontraban frío, pero juntos se encargaban de calentarlo y también de calentarse mutuamente. Bajo las sábanas las caricias infantiles y casi puras no se hacían esperar. El sentir la calidez en la piel del otro era como un dulce somnífero. Los toques carentes de segundas intenciones, los ligeros roces, los castos y desmañados besos, el jugueteo inocente propio de cualquiera persona que por fin descubre la simpleza y la grandeza del contacto con otro ser vivo... Era una especie de autodescubrimiento pero del más puro, de ese que no se ve ensañado por la malicia de otros, después de todo, en ese pequeño apartamento, sólo estaban los dos. Así de grande era este perfecto mundo. Y aun cuando sus cabezas rebosaban de interrogantes que no los dejaban del todo en paz, una sonrisa del otro, un gesto impregnado con sincero afecto o incluso un leve suspiro, hacía que todo lo demás pasara a segundo plano.

Pero el que esto fuera así no quería decir que las interrogantes desaparecieran.

Por un lado estaba Milo. Primero, no había entendido por qué se había prendado tanto de la compañía de Luneth, no entendía por qué tenía que haber sido precisamente Luneth; porque no era la primera persona con la que se había relacionado después de dejar su casa. Luego estaba la mayor interrogante de todas: Luneth mismo.

Desde el inicio no le había parecido que se tratara de un vagabundo en toda la extensión de la palabra, sí, era rudo y a veces, y aunque se esforzara por esconderlo, los «modales» aprendidos en la calle salían a la luz y hacían un extraño contraste con su apariencia. Sin embargo, había sucedido un incidente que lo había dejado incluso más curioso, y es que en un descuido, le había pedido que le pasara un libro.

—Pásame el libro de Historia antigua —había pedido Milo sin consideración alguna. Pero pronto cayó en su error (pues creía que Luneth, al nacer y crecer en la calle, no sabía leer) y trató de dar especificaciones que Luneth si podía llegar a entender. Para su sorpresa, Luneth le tendió el libro indicado, aunque Milo inmediatamente atribuyó tal suceso a un repentino jugueteo de la fortuna, y para corroborar estas sospechas que no lo dejaban en paz, trató de pedirle algo que fuese un tanto más complicado—. ¿Puedes buscarme esta palabra en el diccionario...?

Frío DiciembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora