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Todo volvió a la normalidad

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Todo volvió a la normalidad. Ya no se hablaba de amor ni de ninguno de sus sinónimos o antónimos. Se hablaba de comida, del clima, de las ilustraciones que adornaban tan monocromáticamente los libros de historia y de sociología, y cuando la situación lo requería, Luneth ayudaba a Milo a estudiar, aunque en esto poca participación tenía.

Y durante las noches seguían teniendo sus tan amados jugueteos, pero una vez que el sol de la mañana los despertaba, se levantaban de la cama sin importar lo somnolientos que se sintieran y de esta manera evitaban tener el tipo de conversaciones que les robaba esa paz que entre los dos habían forjado a base de ilusiones e ideales inventados.

No tenían que meditarlo mucho para caer en cuenta que lo que ellos tenían ni siquiera podía definirse como una relación, y aunque habían compartido muy íntimamente, había una bien marcada línea que no les permitía salirse de ese límite. Por tanto, intentar explorar más allá de ese establecido acuerdo, estaba prohibido. Aunque sobre esto ninguno había dicho nada al respecto puesto que era algo que se daba por entendido.

Pero diciembre avanzaba y para Luneth era como si llevara la cuenta regresiva al mismísimo fin del mundo. El periodo más incierto de su vida estaba por culminar. Tal vez era un poco exagerado llamarlo así, mucho más dado que con Milo su vida había alcanzado algo de estabilidad, pero de la misma manera su vida se había vuelto insoportablemente caótica dado que jamás se había encontrado a sí mismo deseando con silencioso fervor el permanecer al lado de otra persona. Luneth pronto descubrió que no hay nada más incierto que los sentimientos que nacen de la nada. Si bien tampoco tenía quejas al respecto, no era algo que quisiese volver a experimentar durante mucho, mucho tiempo.

Esto no quería decir, bajo ninguna circunstancia, que su convivencia se hubiera tornado mecánico o poco deleitable. Sin bien podía darse la oportunidad de que ambos disfrutaran más de lo que ya lo hacían, se refrenaban lo más que podían para, de esta manera, no dejar que la cada vez más cercana despedida fuera más dolorosa. Y es que también de manera silenciosa, ambos habían establecido una fecha límite: terminando diciembre le pondrían fin a todo.

Había ocasiones en las que Milo, fingiendo que estudiaba, miraba con detenimiento el comportamiento de Luneth.

Luneth, cuando sabía que no podía aportar nada, se quedaba callado. Se sentaba en una silla plástica, se recostaba en el colchón e incluso en el suelo. Y cuando menos se lo esperaban el par de ojos azules y el par amelado se encontraban, y como producto de una fuerza magnética se quedaban viendo fijamente, pestañeando rara vez, sonriendo escasamente, diciéndose nada y a la vez mucho. Cuando esto pasaba (que era con una frecuencia considerable), los dos, por razones que sólo ellos mismos entendían, se sentían satisfechos.

A veces, Luneth, cuando fingía estar haciendo nada, pensaba mucho. Recordaba a su madre y al Sr. Joe; imaginaba cómo se sentiría el tener alguien que lo quisiera que siguiera con vida. Entonces pensaba en Milo, y sin mirarlo, soñaba que éste venía a su lado y le decía que lo quería.

Frío DiciembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora