1. Las reliquias del amor

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Zaeru era una mujer extraña, tanto como su llegada a la villa. Nadie conocía su verdadero nombre, ni ella misma, solo la llamaban así como la bautizó el hombre que la trajo a la villa, un joven guerrero en ese entonces de hombros anchos y músculos bien pronunciados, que siempre llevaba un látigo enroscado a su cinturón, el joven guerrero respondía al nombre de Opambu, de los Nhilos de antaño.

- Zaeru, ¿vas a volver a salir en una misión? – hablaba un pequeñajo de ojos saltones y bien redondos, piel canela y dentadura bien pronunciada, a aquella mujer extraña y muy exuberante.

La mujer sonreía muy plácidamente, su sonrisa contagiaba e hipnotizaba tanto como el lunar que llevaba en media mejilla, pero más increíbles eran sus ojos blancos, y sus pupilas se perdían en la esclerótica muy rojizamente nervuda. – no, Gical, esta vez iré por mi cuenta, tengo que ir a resolver unos asuntos personales.

- Puedo ir contigo – insistió el pequeño, siempre le había atinado rogar de esa manera.

- No seas tonto, el lugar es peligroso, no me perdonaría si te sucede algo, ni tus padres. – enfatizó la mujer aún sonriente, parecía que nada le afectaba, ella era feliz.

El niño puso cara confundida, y se quedó mirándola como se marchaba por la parte este de la villa. Se sintió un salto detrás de Gical, tan ligero que solo levantó algo de polvo, era un guerrero esbelto, "los pies ligeros" le apodaban. Apareció detrás del niño con voz susurrante le dijo – esa mujer es un poco rara ¿no crees?

- Es mi amiga, siempre juega conmigo, solo está algo extraña hoy, no sé por qué. Maestro Tempei.

El maestro le clavó una sutil mirada al pequeño por un momento, y le acarició el hombro. – ven sígueme, quiero que sepas algo. – se dirigieron por las calles del alto comercio de la villa, atravesaron una cuadra de casas de madera bien pulidas y abrillantadas, unos cuantos bares y restaurantes, hasta llegar al norte, allí una casa grande y muy lujosa aguardaba.

«La casa del viejo Kanzu». Suspiró el pequeño.

- ¿Qué hacemos aquí maestro Tempei? – preguntó el niño, pues sabía que se iba a aburrir, no era el tipo de niño que le gustaba escuchar historias. Tempei miró al niño nuevamente, como queriendo saber qué es lo que pensaba y llamó a la puerta. El niño sintió un poco de molestia hacia su maestro.

Al cabo de unos minutos y de haber tocado por tres veces la puerta blanca de madera, salió una joven muy guapa, de piel blanca y ojos cafés.

- El señor Kanzu, ¿está? – preguntó Tempei con una sonrisa esbozada.

La joven se ruborizó al ver al maestro e hizo un gesto con la mano izquierda, invitándolos a pasar. Dentro, en la sala, un olor a inciensos calmaba el alma, tomaron asiento en un mueble de cojines negros y esperaron. El viejo Kanzu, tenía un lazarillo que apodaba Virulo, los ojos del viejo estaban completamente en blanco y bien abiertos, lo sentaron en un sillón, mientras a su ingreso el maestro Tempei y el niño se pusieron de pie en señal de respeto.

- No hace falta que se pongan de pie, igual mis ojos no los pueden ver – dijo el viejo y rio ligeramente. El niño nunca había visto en persona al viejo Kanzu y solo conocía de él por las historias que narraba la gente de su barrio.

- Gical, ¿verdad? Tienes el mismo olor que el de tu madre. ¿te gustaría unirte a la academia?

- Señor – interrumpió Tempei, titubeando – no creo que esté en edad de asistir a la academia.

- Así que entonces solo lo trajiste para hablar de Zaeru – dijo el viejo, y apuntó su mirada hacía el rostro de Tempei, parecía que podía verlo. El joven lazarillo puso cara de sorprendido al escuchar el nombre de Zaeru y su rostro denotaba que mil recuerdos lo invadían. – Cuando Opambu la trajo – continuó el viejo, se había incomodado por la aptitud de su lazarillo. – yo me opuse totalmente... - sonrió el viejo y miró de reojo al lazarillo que estaba totalmente distraído, con un suspiro fuerte atrajo su atención y su rostro dibujaba una frase para el mozuelo, se puso de pie, pues estaba de cuclillas como orando. – Opambu tenía gran interés en esa joven, en ese entonces era aún una niña como tú, Gical. – prosiguió el relato, Gical se sitió conmovido, nunca le habían gustado las historias, pero esta le interesaba de verdad, afinó su mirada y sus oídos para prestar mucha atención. – Pero es una Zenta, le dije a Opambu, él estaba convencido de que en algún momento nos sería de gran ayuda. Opambu, estuvo varios años espiando Villa Clent, en especial a los Zentas, hasta que logró eliminarlos de uno en uno. La verdad no sé porque no puedo matar a esa niña, me parece que en el fondo de su sanguinario ser existe un corazón bondadoso. – sonrió el viejo mientras sorbía de la taza el té que su lazarillo le había alcanzado. – El único que conocía muy bien a los Zentas, era Opambu, lástima que su enfermedad se agravó y murió hace ya cuatro años.

HISTORIAS DE LA VILLADonde viven las historias. Descúbrelo ahora