Capítulo 1

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El 5 de enero fue el día de mi décimo octavo cumpleaños.

Ese día mi madre preparó una pequeña reunión con vecinos y algunos de mis viejos amigos de la infancia. Personas que con quien hacía mucho tiempo había dejado de hablar. No me quejé, no dije nada y me fingí contento. No quise herir los sentimientos de mi madre. Pero, honestamente, cumplía 18 y lo último que deseaba era estar en esa sosa fiesta, sentado en el centro de la mesa mientras todos me cantaban la engorrosa canción de feliz cumpleaños a ti.

Aunque en fondo, y bajo mi arrogancia superficial de adolecente, estaba conmovido. Agradecido de tener una mamá estupenda, de la perfecta vida que me ha dado y de ver todas esas caras felices por mí.

Poco antes del final, Gina, una de sus amigas, nos pidió tomarnos una foto, «Será para el recuerdo» dijo. Incluso ahí no sospeché nada. Hizo a mi madre pararse a un lado de mí y nos tomó una foto. Después de eso vi que mi mamá lloraba. Lucía tristemente feliz...

Fue nuestra última foto juntos.

Suspiro y mi aliento empaña el vidrio de la ventanilla del tren. Cómo si no estuviera ya lo suficientemente opaco. ¿Por qué sigo recordando eso? Mi madre murió hace casi 6 meses. Y aun no hay aún momento en que deje de pensar en ella. No puedo evitar sentirme triste. Me muevo de nuevo el asiento tratando de encontrar el punto más cómodo, pero no existe. Me duele la espalda y tengo entumecidas las piernas.

Pero por más incómodo que el asiento sea y por más que trasero me duela, debido a las incontables horas de estar sentado, no quiero llegar.

Tanto el funeral como mi último semestre del instituto fueron cubiertos por la cuenta de ahorros que mi madre dejó para mí. Pero si quiero seguir viviendo e ir a la universidad tengo que trabajar. Algo que no me preocupara mucho de no ser porque me dirijo al lugar más recóndito del planeta.

Al noroeste de corea, rodeado por montañas y bosque, existe un pueblo llamado Beast. Allí vive mi padre. Un hombre al que solo he visto una vez hace tres años; y como todo pueblerino no conoce mucho de nada. Una palabra para describirlo sería: raro. Ver a ese tipo en Seúl fue como ver una mota de polvo sobre una superficie recién limpiada, sabes que no pertenece ahí, que está fuera de lugar. No entiendo cómo fue que mi mamá, tan linda y carismática, se fijó en él. Ni siquiera la regla de los opuestos se atraen podría justificar tal unión.

Y ahora, se supone que tengo que vivir con ese hombre que no conozco hasta juntar el dinero suficiente para poder pagar la universidad, lo que me condena a vivir en Beast de forma más o menos permanente. Otro suspiro sale de mi boca y me doy cuenta de que debo empezar a respirar por la nariz. No importa cuánto aliento gaste, mi destino no va a cambiar. Estoy solo y no tengo nada. Por eso voy en este tren.

Veo que son las 12:15 p.m tras consultar la hora en mi celular. He estado viajando durante toda la mañana. Tras el opaco cristal de la ventanilla solo hay plantaciones de arroz, simétricas e interminables, pero es más entretenido que ver el vagón donde no hay nadie; las filas de asientos vacías dan un aspecto desolador. Es lógico, nadie bajo circunstancias normales optaría por viajar a ese pueblo.

No es hasta después de las 2 de tarde que el tren se detiene en la estación. Me cuesta aceptar que al salir del tren mi sentencia dará inicio. Motivo: prácticamente huérfano desahuciado. Tiempo: indefinido.

La tristeza empieza a mojarme por dentro, fría e incontenible. Pero he estado triste por tanto tiempo que apenas noto la diferencia.

No quiero darle la cara a mi nueva vida, pero si paso más tiempo aquí sentado más tiempo me tomara reunir lo necesario para salir de aquí. Entre más tiempo tarde en empezar, más tardare en terminar. Mentalmente, me pongo de soundtrack la canción I don't love you de MCR y tomo mi mochila.

Midnight SunDonde viven las historias. Descúbrelo ahora