Capítulo 3

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Cuando despierto esa mañana, de nuevo me encuentro con el frio matinal y ese verdoso resplandor que parece caracterizar al pueblo, que logra adentrarse a la casa incluso a través de las cortinas cerradas. Aun desde la cama, observo la habitación con mis maletas sin desempacar y la ropa que me quité ayer sobre el suelo, justo a un lado de la de antier. Tomo el mismo suéter que usé ayer, me lo pongo y salgo de la cama.

Hago lo que puedo para hacer tiempo hasta que sea hora de irme, aunque en el lugar no hay realmente algo que hacer. Arreglo la cama, me preparo mi propio desayuno, como perezosamente y tomo una larga ducha.

A las 11:30 estoy listo para salir.

Vestido y completamente decidido. Es temprano, pero no quiero llegar tarde. No después que "señor mandón" me explicara la gran diferencia que hay entre cinco minutos y la hora.

Cuando me acerco a la puerta, mi padre está sentado en una de las viejas sillas del comedor. En otras circunstancias le habría preguntado qué está haciendo, pero después de todo lo que ha pasado ahora no me apetece mucho hablar con él.

–Adiós –le digo y salgo casi corriendo por la puerta.

No espero a que él pueda contestarme, creo que ya he oído suficiente de él.

Una vez en la calle, aspiro profundamente el aire de Beast. Huele a plantas y tierra mojada, un olor muy apropiado para el lugar. El cielo continúa constantemente nublado, con los nubarrones haciendo del pueblo un lugar más gris. Como si el sol conspirara en nuestra contra y decidiera darnos la espalda.

Mientras camino a través de las banquetas, sin ánimos de molestar a nadie, las miradas de la gente del pueblo no tardan aparecer sobre mí. Probablemente creen ser sutiles, desviando la mirada cada vez que me cruzo con ellos. Pero no es así, puedo sentir sus miradas en mí... sobre mi espalda.

Por curiosidad, me pregunto qué pensaran del chico nuevo que ha llegado al pueblo, y aunque intento ser positivo nada bueno llega a mi cabeza. Quizá lo mejor sea ignorarlos. Pero de nada me sirve y no termino de olvidar sus furtivas miradas cuando llego a Midnight Sun.

Me alegro cuando por fin los dejo atrás y entro en el cálido ambiente de la cafetería. El aroma dulce me absorbe, y me distrae de los lunáticos de hace rato.

El establecimiento está en calma. Con poca gente. Apenas el rumor de los cubiertos sobre la bajilla, muy diferente del bullicioso ambiente de ayer por la tarde.

– ¡Yoseob! –grita alguien a mi lado, apenas dándome cuenta que no estoy solo.

Es Mir. Se abre paso entre las mesas redondas.

–Ya extrañaba verte a ti y tus mejillas regordetas –dice.

Por un instante temo que vaya a apretarme la cara, y sin querer doy un pequeño paso hacia atrás, pero él se queda quieto sonriéndome desde su lugar.

Y como aún faltan unos minutos para las 12, voy a aprovechar ese tiempo antes de pasar seis horas en confinamiento con Dujun, y me quedo con Mir.

–Mira quién lo dice –bromeo. Porque no soy el único con cachetes aquí–. Pero mis mejillas y yo también estamos felices de verte, Mir.

Él se ríe, mostrando todos los dientes.

Un gesto que nunca había considerado tan deslumbrante. Sin proponérmelo, le sonrío de vuelta y me quedo viéndolo, estudiando un poco más todas sus facciones. Su hermosa sonrisa, con sus pequeños y relucientes dientes, los tiernos hoyuelos que se forman en sus mejillas, la nariz redonda y sus ojos que brillan con un interesante secreto.

Midnight SunDonde viven las historias. Descúbrelo ahora