Diálogo Primero: La Temporalidad de Mao.

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-¿Sabes lo poco que me duran las cosas, Mao?

Tuve que asentir con la cabeza, tomándome ese pacífico café de las seis de la mañana. Estar en esa especie de templo a la literatura a esa hora del día era un lujo que me había permitido, luego de meses de confrontar la dureza de un tipo que jamás muestra su lugar de trabajo. Fotos de Cortázar. De Gabo. De Gabriela Mistral y un busto de Homero. Libros aquí, libros allá. Y la primera frase que suelta en la mañana ese individuo raído que tanto admiro es algo que no me espero. Yo, el otro Mao, al que por fuerza tiene que aceptar el mote de Tocayo, tengo que agazaparme detrás del café.

-No te pedí asentir, te pedí Sí o No - Mirándome irónico, arrojó el vaso desechable por la ventana - Pero pues para mí vale tu silencio. Las cosas, Tocayo, no me duran ni mierda. No la inspiración, ni los escritos, ni el papel. Ni siquiera los bolígrafos. Se me va la tinta y las baterías escribiendo pendejadas. Puras excreciones mentales. Le doy todo a la cabeza y ella desecha lo que me sale por las manos y por la boca. Pero lo que menos me duran son las mujeres.

Hago un gesto de sorpresa. Un tipo que ha escrito best-seller enormes sin necesidad de ser copia de copias, sin más que describir y describirse en el día a día, que puede nadar prácticamente en dinero y que puede tener lo que se le venga en gana - Antes de llegar a su despacho lo acompañé a sacar la Ducatti del garaje - Se dice infortunado con las mujeres. Y prestancia y lengua no le faltan. Ahí, semidesnudo, con sólo el pantalón - La camisa la ha tirado sobre Homero, los zapatos bajo la mesa y las medias las ha colgado en la ventana - más de una pensaría en Adonis, el amante de Afrodita, hecho hombre moderno. Pero él no. Me mira con los ojos encendidos y empieza a arrojar cosas aquí y allá.

No es la primera vez que se pone así. Al principio me avergonzaban esos impulsos de ira; luego los contestaba con una ira igual de inmensa y nos rompíamos a golpes. Terminábamos exhaustos sobre el pavimento, echando sangre por boca y nariz, esperando a los policías y a los paramédicos. Luego fue la risa, y últimamente la total indiferencia. Ya no me preocupaba lo que hiciera con sus papeles en medio de esos arranques de ira. Sabía que los iba a recoger después, porque no se permitía tirar un sólo papel escrito, como no se permitía dejar un café sin terminar o un whiskey a medio vaso.

-¡Puta! - Gruñó, aventando un portafolios por los aires - Ahora no me da sólo por pensar en mierdas como esas. En la duración de las cosas en mis manos. Los celulares, en su mejor estado, una semana. Un esfero dura media. Un bloc de papel apenas cinco días. Y una mujer, dos meses. ¡Coño!

-Estarás leyendo a Braudel - Dije, echándole mano a lo que quedaba de café. Mao me miró entre extrañado y confuso, y luego se echó a reír.

-No leo a Fernand desde tiempos inmemoriales - Trató de aguantar la risa - Pero tengo su misma obsesión. Seguramente a él tampoco le duraban los esferos. Y las mujeres, para él, si debían ser de larga duración.

-¿Terminaste con una mujer?¿Algo salió mal? - Susurré, intentando recoger el portafolios.

-Deja esa mierda ahí, no es más que papel escrito - Me miró desafiante - Y no, nada de eso. Sólo que parece que todas pensaran que la vida de uno es tirar y escribir. Tirar y comer. Tirar y leer. Tirar y ver una película. Tirar y cantar bajo la ducha. Al menos yo soy un abstemio sexual, casi un eunuco. Dicen que es un desperdicio; yo lo llamó conservación de la energía, para llegado el momento tirar como un tántrico, ocho horas seguidas, sin descanso. Tirar, tirar, tirar. Nuestra sociedad se basa en sexo. En sexo, Freud tenía razón. Mierda. Sexo, sexo y más sexo. De vivir en una novela costumbrista pasamos a meternos de cabeza en una porno. Donde no todas son Ashley Madison ni Sasha Grey. Y donde no todos son Johnny Sins o Keiran Lee. Siendo así, no es la porno perfecta. Y eso no me gusta. Al menos, tendría que ser sexo del bueno. Pero te ofrecen quince minutos de jadeos, sabiendo que das para más, y quedas iniciado. Es por eso que pienso que la moneda actual no debería ser el dólar, sino el sexo. Eso nos mantiene vivos. Todo es sexo.

Diálogos: Vivencias de un EscritorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora