Diálogo Octavo: Cartas del Exilio

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¿Cómo explicar, entonces, todo lo que Mauricio Sallandrera había construido? No quedaban más que retazos, brumas de la vida y obra que había forjado el Nobel más joven de la historia. Había, prácticamente, desaparecido desde su regreso de la gira por Latinoamérica. Abandonó su oficina, su agitación, su fanaticada, por... ¿Qué?

No tenía una explicación más racional que la que sigue: Había hecho todo aquello por impulso, porque sí, porque el momento era propicio. Nada más que su afán de conocer y extasiarse con la creación y la recreación de mundos y universos infinitos era lo que lo había llevado al pedestal de la gloria. Y ahora, después de cinco años... Incluso ese afán había desaparecido.

No más columnas, no más cuentos; Sallandrera se había esfumado. Con él, un mundo maravilloso, mar lavilloso, maravillado, villa marado; quedaba eso, el esbozo de ese mundo. Nadie sabía donde se había escapado, y la única que podía, con toda seguridad, saberlo, se encontraba descansando al otro lado del espejo, inclusive antes de la gira... ¿Qué podía esperarse de un tipo como Sallandrera, acaso? ¿Que se quedara? ¿Que avisara? ¿Que diera alguna explicación?

Solo quedaba yo, el Tocayo, arrullado por el suave sonido del jazz de Louis Amstrong, por el suave aroma del café, por el suave sabor del capuccino, frapuccino, ¿Literaccino? Sí, porque estaba en Pasaje, arrullado por la suave luz del sitio y la suave iluminación crepuscular, que se colaba en ondas naranjas por las ventanas que daban a la Plaza del Rosario; arrullado por la suave tapicería y el suave tacto de las maderas, ya oscuras. Pensaba mientras apuraba el café. ¿En qué? En Mauricio Sallandrera...

Ni siquiera tuvo tiempo de volverse, de hacerse distante. Estuvo ahí, un día más, y al siguiente se fue sin un sólo aviso. Acostumbrado a esas desapariciones súbitas, pero del mismo modo fugaces, no le dí importancia sino hasta el momento que los medios, círculos de la literatura y el arte, me recordaron que Sallandrera continuaba desaparecido. Para esas fechas ya había empezado a extrañar su humor mordaz, su prosa violenta, sus versos certeros como venablos. Para esas fechas, para esos días, a pesar de todo... Pensaba en él, especialmente en la madrugada. ¿Dónde se había metido? ¿Era acaso un retiro espiritual, terriblemente profundo y quizá definitivo?

Al volver sobre mis pasos y mis caminos, regresando al hogar sobrio y vacío, pero acogedor, me sorprendió ver correo, una carta... En el aparador del buzón. Tomé el sobre blanco, lacrado, con manos temblorosas, y creo que una lágrima surcó mi mejilla cansada de esperar al leer el nombre del remitente. Me sorprendió, eso sí, lo remoto de su procedencia:

"Rostov, 6 de Septiembre.

Mao Quintana, viejo.

¿Qué tal todo? Por este lado, relativamente bien. El clima atemperado de las estepas rusas le hace bien a mi espíritu y a mi cuerpo, me motiva a trabajar y a escribir, a pensar. Me gustaría saber de vos, contarte tantas cosas... Sin embargo, la vida aquí es tan calmada, tan tranquila, que detestaría romper la apacible burbuja en la que he vivido estos cinco años.

Las distancias con el mundo me sientan de maravilla. Ya casi un año desde que recorrí, a lomos de caballo, la enorme y extensa Siberia, tan llena de cosas por conocer, tan inspiradora. Ahora entiendo a los rusos que escribieron desde los Urales mirando a las estepas, a su absorbente literatura tan llena de locura. Anton, León, Fiodor, Vladimir, Piotr... Es imposible no sucumbir al encanto de las llanuras nevadas y de los ríos reverberantes, plagados de peces y de historias; la belleza cambiante de esta Siberia fría que conozco desde Bering hasta los Urales, de esta Rusia magnífica que conozco, en la que las Noches Blancas son una constante... Pero es aún más imposible desprenderse del encanto de la ciudad rusa, de su agitación tranquila, de sus recovecos plagados de historias, historias que inspiraron más a la generación dorada rusa que las extensas estepas. Eso me hace sentir familiaridad. Pero, a la vez, no es lo mismo. Hay distancia.

Esta distancia y este paisaje han beneficiado también a mis recuerdos, a mi familia - Ahora sólo en la tierra mi amada hija - Que conoce el ruso mejor que yo y que está mejor atemperada al clima de Rostov que yo, que siempre seré un calentano, clanentano, clandestino, latino. Ella también, junto a mis recuerdos, me motivan a escribir bastante; pero lo que escribo ahora es un proyecto enorme, sublime, que necesitará mínimo seis, siete años para completarse. Es un proyecto del que no quiero hablar, sino dibujar; ya verás, cuando aparezca en la literatura de nuevo, qué tan genial es conjugar la calma con un espíritu agitado, tan lleno de vivencias.

Llueve ahora en Rostov; el otoño que ya se hace sentir, que ya está por llegar, es bastante particular en estas latitudes, donde todo el año hace un frío aceptable. Tengo nostalgia, querido amigo; tengo deseos enormes de regresar a esa ciudad fría de la que tanto escribí. Catalina quiere conocer el trópico, y a su madre, o lo que queda de ella, una lápida triste allende del lugar donde habitan las memorias de todo un pueblo... Y yo, yo quiero simplemente regresar.

No tienes idea, Mao, como han sido las cosas estos cinco años, lo difícil que ha sido resistir la fuerza de un corazón nostálgico y el peso de pérdidas tan grandes. No sabes lo que es aprender del mundo, conocer el mundo sin poder verlo... Sólo tengo mi oído, mi tacto, mi olfato y en últimas mi gusto para conocer... Así fue con Siberia. Mi hija es ahora mi única y mejor compañía. Amalia, de la que sólo quedan imágenes que su hija ve todo el tiempo y que yo a duras penas conservo en la memoria, es un soporte anímico que me fortalece, pero que me ahonda las nostalgias, ahora que mi vista está llena de tinieblas y sólo deseo volver al mundo que he conocido, que he construido, en el que he vivido y donde quiero morir...

Junto con esta carta, hallarás los datos que necesitas; inclusive, previendo tu falta de dinero, hay una cuenta bancaria anotada de la cuál pagarás dos pasajes para Bogotá. Por eso, y por las nostalgias, las melancolías, los anhelos... Por eso te escribo, viejo amigo. Quiero que me hagas regresar. Necesito estar allá, necesito contarte tantas cosas...

Recíbeme con una cerveza.


Mauricio Sallandrera."

FIN

Diálogos: Vivencias de un EscritorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora