Diálogo Cuarto: Renacer.

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-Bueno, pues aquí me tienes. Supongo que esto querías, ¿no? - Dice, y gira sobre su pierna derecha por completo - Más levantado y sexy que nunca.

Bromea, como era usual, y yo me veo atrapado también en una carcajada estrepitosa. Después de su decadencia y del episodio del arsénico, Mao se ha recuperado en cuestión de dos semanas. Hoy, de nuevo en su oficina, está impecable. Vestido totalmente de negro, no se ha saltado nada del protocolo. Camisa planchada, el último botón libre; cinturón negro nuevo con hebilla plateada, pantalón negro de bota negra y un par de enormes mocasines perfectamente embetunados. Sonríe. Los dientes blancos, límpidos; al igual que los lentes de sus anteojos, enmarcados en una fina montura negra. El cabello peinado y sedoso alcanza a caerle sobre los hombros. Cualquier mujer que lo viera se quedaría mirándolo.

-Si, había que volver - Murmuró pasivamente, mientras se saca los zapatos y va a sentarse tras el escritorio - No puedes tocar fondo y quedarte ahí. Volví a escribir - Lo miré asombrado, y me dedicó una enorme sonrisa - Como siempre, pura excreción mental. Pero es algo.

-¿Entonces superaste ya el bache? - Repliqué mientras giraba la silla hacia la ventana y miraba absorto la ciudad que se erguía ante sus ojos, la ciudad matutina - Me alegra. Me sorprende y me alegra.

-Oh, no fue nada - Balbuceó mientras destapaba una cajetilla de Marlboro Ice - Unas cuantas semanas de beber café y licor como desesperado. Había que contagiarse del ambiente de fiesta, y eso hice. Volver a ser yo - Arrojó la camisa sobre el busto de Homero - ¿Fumas hoy?

-Con gusto - Saqué el cigarrillo de su encierro de cartón - Creo que lo necesito. No han sido días fáciles, Mao.

-Nunca serán fáciles - Gruñó, y al mirarlo noté sus ojos perdidos en el horizonte a mis espaldas; sus ojos marrón están desprovistos de la sequedad que tenían en ese tipo de ocasiones, ahora parecen brillar con una fuerza inusitada - Pero el secreto está ahí; está en pelear día tras día por seguir viviendo. Si todo fuese fácil, estaría teniendo sexo con cualquiera justo en este lugar.

-Podrías hacerlo con esa pinta - Respondí riendo - ¡Mírate!

-Lo sé, lo sé, soy el Adonis del siglo XXI - Me miraba con sorna - Pero esto es especial. Me encontraré con alguien hoy. Aunque también quería darte el gusto de verme renovado. Después de todo, lo estoy y quería que lo supieras.

-¿Con tú pupila? ¿La mujer que te mandó hasta el fondo? - Pregunté, un tanto irritado de sólo pensar que iría en misión suicida - No pensarás...

-Ha de pasar un buen tiempo antes de encontrarme con ella de nuevo, cabezón - Me tomó por los cabellos y me lanzó hacia atrás suavemente - No. Con otra chica. Otra pupila. Para no mentirte, una vieja amiga.

Empezó a buscar sus cosas de nuevo, a vestirse mientras se apaga poco a poco su cigarrillo tras aspiraciones sucesivas. Lo observaba absorto. Es increíble que una transformación así pueda orquestarse en un sujeto cualquiera... Hace apenas un par de semanas estaba desmoronado, destruido, hecho una bola de nervios y frustración, y hoy era el de siempre. ¿Cómo demonios lo había logrado? Situaciones así me habían costado meses de alcohol y lágrimas para superarlas, y llega Mao y rompe todos los esquemas que te has formado acerca del tema.

-Estoy listo - Gritó, y tuve que taparme los oídos ante un nuevo estallido proveniente desde su garganta pero, más importante, desde el fondo de su ser - ¡Voy por ti, mundo!

Enmudezco bajo la visión apremiante del hombre. Impecablemente vestido, Mao ha empuñado sus manos y las levanta en un gesto victorioso, mientras su cara enrojecida demuestra satisfacción. Todos sus poros exudan poder, adrenalina, fuerza; yo mismo me dejo envolver en esa atmósfera de fortaleza.

-Vamos por un par de cafés a Pasaje - Bajando los puños, me sonríe y abre la puerta - Allí te la voy a presentar. No hablamos hace como tres años, y es muy, muy buena persona. Y muy buena escritora, también.

Lo veo salir por la puerta en medio de la llovizna tenue que cubre Bogotá. Corretea a las palomas, y la gente se asombra de ver a un hombre con ojeras, vestido de negro, feliz correteando a las habitantes perennes de la ciudad. Yo sonrío. Después de todo, se ha recuperado. Ha superado el miedo a andar solo y ha decidido reponerse. Ha decidido volver a ser él mismo. Y parte de esa decisión se refleja en ese corretear animado, risueño y ruidoso tras las palomas.

Diálogos: Vivencias de un EscritorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora