Hazel y Caleb esperaron a Fergal en la sala, quedaba a mano derecha de la estancia, cuyo suelo estaba cubierto de una ceniza negra que se esparció hasta la puerta principal que quedó con un enorme hoyo en todo su centro.
La chica se sorprendió por cómo su pequeño cuerpo había ocasionado tamaño agujero en el sólido roble de cinco centímetros de espesor; el tipo al que ahora tenía sentado frente a ella, la había tomado desprevenida, de ser otras las circunstancias hubiera evitado eso. Lo hubiese ignorado pues le dio igual que la hubiera tratado así, a peores patanes y alimañas se había enfrentado, pero querer saber por ese color violáceo en sus ojos, al igual que ella, hizo que la curiosidad que la caracterizaba se hiciera latente.
Sentada en el cómodo sofá de cuero negro, posicionando los codos sobre el regazo y entrecruzando los dedos para apoyar la barbilla en ellos, lo escrudiñaba casi con sigilo. Recorría cada facción, cada cicatriz en su piel que casi no se notaba por la escasa iluminación que proporcionaba la chimenea y la única ventana abierta a espaldas del extraño. Le buscó hasta el físico pero reconoció que estaba desgastado, aun así, no dejó de llamarle la atención. Su barbilla naturalmente partida y su rojiza barba tupida como su cabello largo enmarañado le aumentaban años. Tenía la maraña de pelo recogida apenas con una coleta que ella misma se encargó de hacerle antes de irse, aunque algunas tiras de cabello se escapaban de la liga para pegársele un poco en el rostro, producto del sudor.
Sus rasgos fuertes y cejas pobladas lo hacían ver intimidante; a ese tipo de personas toscas, Hazel no les tenía miedo, pero ante él se sentía diminuta sabiendo que era uno de los suyos. Entre tantas preguntas que rondaban en su mente, llena de anhelo de que todas fueran respondidas, estaba una que se paseaba incesante, queriendo salir de su boca. Se relamía de vez en cuando los labios y se los mordía, dudando si hacer interrogarlo o no y eso, Caleb lo notó con claridad.
Ebrio y torpe, pero no era ciego, se dio cuenta que la chica lo observaba. A pesar de estar recostado totalmente en el sillón con la cabeza inclinada hacia atrás y con los ojos cerrados, se sintió vigilado. No quería verla, no porque se sintiera culpable por lo que pasó minutos atrás sino porque por alguna extraña razón le recordaba a Amanda; no era porque se parecieran sino porque ella era igual de joven que cuando su amada murió, por esos rasgos apenas dejando la infancia y aceptando la adultez. Sentía impotencia de nuevo al recordar el instante en que incapaz, no pudo siquiera defenderla de su destino final.
La sensación se hizo más intensa. Quería encararla, decirle que dejara de escudriñarlo, se sentía como rata de laboratorio y a la vez estancado porque de seguro se vería arrinconado de dar explicaciones de su antiguo oficio, cosas que quería dejar enterradas en lo más profundo de su memoria.
Escuchó el cuero del sofá chillar, supo que era ella removiéndose en su sitio. Dio un resoplido y esta vez armándose de paciencia, se irguió, viendo inquisitivo a la susodicha. Acentuó las arrugas que se formaban en medio de sus cejas, apretando los labios en una fina línea, dejándolos de un tono blanco; por más que trató de sacar las palabras no pudo, con sólo contemplarla fue como si se hubiera tragado su propia lengua. Ella lo miraba con ojos suplicantes, como los de un niño cuando le contaban historias de fantasía, a la espera de intervenir.
Hazel no soportó las ganas, a pesar de que Fergal siempre le reprochó su adicción a hacer preguntas con la famosa frase «el que fue por lana sale trasquilado», no pudo más y como siempre, dejó que su curiosidad saliera a flote.
—¿Qué edad tienes? —preguntó, como si se tratara de una conversación con una amiga de años—. Cuando conocí a Fergal me dijo que tenía trescientos cuarenta y tres años hasta la fecha, pero sigo sin creerle.
Fue tan rápido la forma en que habló, de una manera tan confiada que Caleb se abrumó y hasta parpadeó un par de veces, creyendo que estaba en una escuela hablando con una chica de quince años los cuales aparentaba. Hazel aguardó por una respuesta, dedicándole una sonrisa cálida, con los ojos bien abiertos por la expectativa.
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Nigromante - Depuradores de Almas ©
Siêu nhiênDespués de tener pesadillas con la muerte de su amada, Caleb va a un bar de mala muerte a ahogar sus penas, pasando por alto a alguien que quiere lo que él porta en su pecho; el tatuaje hecho con sangre de ángel, que lo liberó del contrato de su vid...