2. ¿Exorcista o Depurador?

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Caleb se despertó con un fuerte dolor de cabeza que le hizo zumbar los oídos por el palpitar de la sangre que sus sienes. Estaba exhausto, no recordaba qué había pasado luego de que salió del bar, de lo último que se acordaba era del mareo, consecuencia de las dos botellas de vodka que había bebido.

Se irguió con torpeza, conteniendo las ganas de expulsar todo de su interior, era una sensación familiar; el noventa por ciento del tiempo se la vivía tomando. Posó las manos sobre el colchón y por fin logró sentarse, tenía un insoportable ardor en el pecho y la espalda, cosa que lo llevó a echar una maldición.

¿Qué había hecho anoche para que estuviera en ese estado tan deplorable? La imagen de un sujeto rubio con traje y corbata le vino a la mente. Así mismo, fue rememorando cada suceso; la espada atravesándole el abdomen, borrando el tatuaje en su pecho y el dolor indescriptible del momento.

Alarmado, se mandó ambas manos al torso cubierto de vendas. De solo pensar que le arrebataron lo que lo devolvió su humanidad, lo desesperó en gran manera. Se arrancó los vendajes, con sus propios ojos corroboró lo que no quería; el sello hecho con la sangre de un ángel se había esfumado de su piel. A pesar del agotamiento se incorporó de la cama, consiguiendo que el dolor lo trajera a la realidad. Había perdido lo que por muchos años le costó conseguir; su libertad. La ausencia de su sello lo dejó temblando de cólera. ¿Quién fue el egoísta que se lo quitó?

Dio un vistazo a su alrededor para saber dónde rayos había ido a parar, si es que llegó a casa y fue un sueño que alguien lo trajo a un lugar desconocido.

La oscuridad no lo dejó distinguir con claridad, si acaso por la luz que se colaba a través de las cortinas, pudo distinguir a duras penas el suelo de madera. En definitiva, no estaba en su apartamento destartalado por el reguero de botellas y ropa sucia.

Caminó por el cuarto buscando por dónde salir, tropezando con sus propios pies, batallando con la fuerte jaqueca que lo quería derrumbar.

Se topó con una puerta ubicada al costado de la cama doble donde antes reposaba y la abrió casi arrancándola de su lugar. Se sorprendió cuando sintió la perilla entre su mano, la removió de la puerta de madera que ahora pendía de un par de bisagras para no caerse. Volver a ser un Depurador era algo que no quería, poseer de vuelta esa fuerza y habilidades malditas eran una tortura que pensó jamás volvería a experimentar. Cargado de rabia, considero que si debía cargarse a todo aquel que le impidiese regresar a la normalidad, lo haría.

Cegado por un enfado incontrolable, dio zancadas por el largo pasillo que hacían crujir el suelo. Todo era penumbra pero su visión mejorada lo dejaba ver con nitidez y percibir quién estaba cerca o lejos. Distinguió una presencia; buscó en cada cuarto de quién se trataba, pero no halló a nadie. Continuó hasta que el pasillo finalizó y unas escaleras al costado derecho le indicaron que debía bajar.

Dispuesto a descender, encontró a quien estaba buscando. No supo identificar quién era ya que tenía el rostro cubierto por el albornoz de una chaqueta. Apretó los puños y frunció los labios, preparándose para lo que vendría.

—Hasta que despiertas —dijo aquella persona que apenas había pisado un escalón para ascender, cargando una charola con comida. Su voz era sutil y amable pero eso no bastó para que Caleb dejara de mostrar ese semblante colérico.

Así fuera mujer eso no lo detendría, quería venganza, recuperar lo que por décadas le costó obtener. Enceguecido, tocó con una mano la pared a su lado; de la palma irradió una intensa luz púrpura que solo alumbraba el espacio que cubría. La misteriosa mujer bajó de inmediato el escalón, lanzando a un lado la bandeja, regando el desayuno que le llevaba precisamente a él.

Nigromante - Depuradores de Almas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora