Daría el mundo por ti

Capítulo 1 -Victoria-

Mi nombre es Victoria.

¿Qué porqué?

Mis padres siempre dicen que es un nombre de reina. Y que hace honor a la reina que una vez, tuvo Reino Unido.

Esa reina que perteneció a esa época de vestidos largos, exuberantes, fabulosos y abultados. La época victoriana.

Siempre me ha gustado la idea de pensar, lo guay que sería vivir en esa época, hasta que recuerdo la cantidad de personas que morirían por epidemias, y se me pasan las ganas.

Pero Victoria, no sólo es nombre de reina.

También, según la Real Academia Española de la lengua, significa "Superioridad o ventaja que se consigue del contrario en una disputa".

Al nacer, mis padres pretendían con ese nombre, que conseguiría todo lo que me propondría en la vida.

Y ojalá hubiese sido así.

Mi nombre no hacía honor con mi persona.

Mis profesores me decían que era "demasiado lista para trabajar, cuando lo pueden hacer los demás".

Cosa que estoy totalmente de acuerdo. En la vida hay dos tipos de personas: los dependientes y los independientes. Los dependientes necesitan a personas que estén dirigiéndolas y guiándolas en la vida. Los independientes, eran totalmente libres, porque ellos eran los que mandaban.

Yo era del grupo de personas independientes.

Mis notas nunca eran de las que destacaban. Mis notas vivían al límite, siempre con la duda de si aprobaría o no.

Pero siempre, lograba pasar de curso.

Mis compañeros de clase eran unos imbéciles. Pero sólo los chicos, porque todavía les quedaban varios años por crecer y madurar. Me llamaban "derrota". Como decía, les faltaba por madurar.

En cambio, las chicas de mi clase eran las más inteligentes de todo el instituto. Y muchas de ellas podían presumir de grandes dotes físicos que se podían apreciar a simple vista. ¿Psicológicamente? Nada envidiables. Pues a pesar de ser tan inteligentes, eran frías, y carecían de sentimientos y de humanidad.

En cambio, yo, era sólo yo.

Demasiado inteligente para depender de alguien y demasiado perdida como para aconsejar a alguien.

¿Mi físico? Nada de lo que presumir.

Era de estatura media, ni muy baja ni muy alta. Y tampoco es que pudiese presumir de tener un gran cuerpo, pero me sentía a gusto conmigo misma, aunque a veces, tuviese mis recaídas.

Mis ojos eran marrones.

Mi pelo era marrón.

¿Y mi piel? Blanca, pero no muy pálida. Aunque tenía algún amigo que se metía con mi tono de piel. Le gustaba llamarme "Blanca derrota". Ese amigo, era, por desgracia, mi mejor amigo. Matthew Anderson, era el mayor imbécil y gilipollas que había conocido en mi vida. Pero estaba convencida, que detrás de ese caparazón duro de chico malo, había una chico bueno y sensible.

Y diréis... ¿Cómo puede ser tu mejor amigo?

Fácil.

Cuando éramos pequeños, y ambos teníamos ocho años, jugábamos juntos en el parque del vecindario porque éramos vecinos. Poco a poco, año tras año, fuimos creciendo, y nos hicimos casi como hermanos. A pesar de nuestras diferencias, siempre tratábamos de comprendernos.

Siempre trataba de comprenderle, aunque fuese muy difícil. Pues una de las cosas que no entendía de Matthew, es que tuviese una nueva novia cada semana.

Matthew pensaba, que cuántas más novias tuviese, antes encontraría a la definitiva. Él siempre estaba conociendo a gente nueva, y buscando a su chica ideal.

Respecto al amor, yo tengo una firme teoría.

Y es que la persona ideal, no se busca, se encuentra.

Pero... ¿Cómo sabes que esa persona es la indicada? Sólo el tiempo, las experiencias, las risas, las lágrimas, podían determinar si esa persona era la correcta.

Y cuando llevas ya mucho tiempo con esa persona, no puedes imaginarte una vida si ella. Darías lo que fuera por permanecer junto a ella, todos los días de tu vida.

Pero lo peor que te puede suceder, es, sin duda, cuando te das cuenta de que una persona que estaría ahí siempre, deja de estarlo.

Incluso si esa persona te había prometido estar ahí, a tu lado, todos los días de tu vida.

La verdad es que, al fin y al cabo, cumplen su promesa.

Pues los recuerdos perduran por siempre.