Capítulo 11 -El sacrificio del amor-

361 37 2
                                    

A veces en la vida toca decir adiós. Despedirse de un estilo de vida, de unos hábitos, de una rutina, de un país, de tu casa y de tus amigos. Dejarlo todo atrás sin que nadie se de cuenta de que realmente estas abandonando la vida que tanto te ata a algo. Cuando alguien deja algo atrás, lo deja por que ve que de un modo u otro está afectando a su vida, le hace daño, y tiene que decir adiós.

Y que duro es decir adiós. Sobretodo cuando debes decirle adiós a alguien a quien amas.

Scott Hudson se había convertido en muy poco tiempo, en un chico a quien yo quería con todo mi alma y con todo mi corazón. Y había llegado la hora de decirle adiós, durante todo un año. Y es que en un año pueden ocurrir muchas cosas. Puedes enamorarte, desenamorarte, conocer al gran amor de tu vida, perderte, encontrarte, y sentirse solo en una calle llena de gente. El año que me esperaba en Estados Unidos no tenía nada que ver con todo eso.

Pero lo que mas cuesta no es llegar, es ir. Pues cuando una persona se despide varias veces es que no se quiere ir. Y yo no me quería ir.

Seguía enfadada con mi madre, pero, al fin y al cabo era su decisión. Ella quería tener una nueva vida con aquel hombre, y yo lo tenía que respetar. Pues de la misma forma, me sentiría mal si mi madre no aceptase a Scott.

Aquel último día en España tenía que ser único, y especial, digno de recordar durante todo aquel año que me esperaba. Así que cuando bajé a desayunar, intenté mostrar mi mejor sonrisa y no llorar. William había hecho tortitas, y las había amontonado en un plato. Mi madre y él reían, y hacían bromas. 

—Llevo mucho tiempo sin ver a mi padre tan feliz. —dijo una voz detrás de mí. Me giré, Thiago estaba parado con las manos en los bolsillos, algo tímido.

—Merecen ser felices. —le contesté. Mi madre y William se percataron que les estábamos observando y sonrieron.

—Ahora somos como una familia... —murmuró Thiago, y yo me limité a asentir. 

—¡Venid a desayunar! —nos animó William, y ambos nos acercamos a la mesa.

No podía evitar sentirme mal por una parte, pues llevaba sin ver a mi madre tan feliz desde que mi padre vivía. De una forma u otra, no quería que mi madre olvidase a mi padre. Al parecer, ella había reaccionado y había logrado pasar página y superarlo, cosa que yo todavía no había hecho.

—¿Qué haréis en vuestro último día en España? —nos preguntó mi madre a Thiago y a mí. Un montón de ideas se me pasaron por mi mente para hacer aquel día, pero algunas necesitaban días y días de preparación.

—Comer todo el jamón serrano que pueda. —respondió Thiago. Sonreí débilmente ante el comentario de Thiago, mi madre y William soltaron varias carcajadas.

—¿Y tú, Victoria? —me preguntó William.

—Travis y Scott me han invitado a su casa del lago, así que disfrutar de un último día con mis amigos, darnos un baño y disfrutar de una magnífica barbacoa... —sonreí ante el hecho, de que las despedidas no tenían porque ser algo malo, sino algo que te hiciese unirte más a las personas, que te hiciese ver, quién te echará de menos, quién esperará tu regreso con ansias, y quién te echará de menos cada segundo de tu ausencia.

—Bueno, pues espero que disfrutes mucho de tu día, Vicky. —dijo mi madre sonriéndome, y yo le devolví la sonrisa. Comenzaba a comprender que la vida siempre va compaginada del amor. Cuando se pierde a una persona, se sufre inevitablemente, porque es alguien al que siempre imaginábamos a nuestro lado, que siempre estaría ahí. Y cuando deja de estar, lo negamos, convenciéndonos de que esa persona volverá. Pero nadie volvía de la muerte. Mi padre estaba muerto, y no volvería. 

Daría el mundo por tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora