Capítulo 9 -¿Hogar, dulce hogar?

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No quería volver.

Volver significaba enfrentarse a la realidad que tanto me atormentaba. Aquel campamento me había hecho darme cuenta de la importancia de los pequeños detalles que hacen que un momento sea absolutamente perfecto. Tal vez fuese el cielo pintado de estrellas que había encima de nosotros, o la hoguera que iluminaba nuestros rostros alegres, o nuestros corazones unidos por un mismo sentimiento: el querer y el sentirse querido.

Aquella última velada, fue una de las mejores que recuerdo. Dos años después comprendí la importancia de ello. Y daba a gracias a Matthew por haberme obligado y sobornado para ir. Ese primer campamento marcó un antes y un después en mi vida.  

Retomaré la historia por donde la dejé: la última velada.

Amelia y yo salimos a cantar "Impossible" de James Arthur, como tenía partes graves, no desafiné mucho, la verdad es que tampoco cantaba tan mal como cuando era más pequeña, e hice el ridículo delante de todo el colegio. 

Por último, en aquella última velada, un chico de pelo oscuro, ojos marrones claros, y mirada sincera se levantó, y comenzó a tocar su guitarra. Era Matthew, cerrando la última velada. Cantó "stay with me" de Sam Smith.

Todos lloramos, la canción era preciosa y la melodía que Matthew tocaba y entonaba, pues creaba un momento perfecto bajo ese cielo perfecto. Sonreía, tanto yo como todo el mundo. Teníamos una sonrisa imborrable. 

*  *  *

A la mañana siguiente, nos despertaron más tarde, pero desayunamos abundantemente churros con chocolate. Aquel momento fue perfecto. Como casi todos los que había vivido en aquellos trece días.

Y la verdad es que al ver durante toda la mañana a todo el mundo hacer sus maletas, recoger sus cosas y desmontar las tiendas, un sentimiento de nostalgia comenzó a crecer en mí. Quedaba un largo año por delante hasta el siguiente campamento, al que por supuesto tenía muchas ganas de acudir. 

Me senté en una roca alta, desde la cual podía ver a todo el mundo recoger, montar las cosas en las furgonetas y en el autocar. Otros escribían en blocs de notas dedicatorias, números de teléfono y direcciones.

Matthew me vió a lo lejos y me saludó, yo le devolví el saludo. Y seguí mirando todo, intentando congelar cada atisbo de aquella realidad tan perfecta. Congelar momentos y vivir en ellos para siempre. De eso se trataba... ¿No?

Nos pasamos la mayor parte de nuestra vida recordando el pasado, contando anécdotas y cuando no, quejándonos de lo miserables que somos.

La otra pequeña parte la vivimos pensando en nuestro presente, en nuestro día a día, intentando tomar decisiones correctas. Aunque lo correcto fuese subjetivo, a mi me tranquilizaba pensar que al final y al cabo, nada era seguro en la vida, nada excepto una única cosa: la muerte.

Aunque sonase algo tétrico era cierto. Pues un día estás aquí y otro allá, cambiamos de un día para otro. Pero a todos nos aguarda un final seguro: morir. Antes o después llega. Y cuando llega, no tienes otra opción que asumirlo.  Cuando muere un familiar o un amigo, tienes que seguir adelante, seguir viviendo. Porque así es como te querría ver esa persona: feliz. Vivir todo lo que esa persona no pudo vivir.

Mi padre era mi héroe, y murió siéndolo. Matthew había ocupado su lugar, y él era mi hermano mayor, el hermano que jamás tuve. 

Unas horas más tarde, había llegado la hora de volver. La gente comenzó a subirse a los autocares, miré una última vez atrás y lo absorbí todo, cada momento en aquel campamento. Fue como si en tan solo unos pocos segundos y cerrando los ojos, pudiese volver a vivirlo todo, volver a sentirlo todo.

Daría el mundo por tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora