Capítulo 12 -Una resaca algo confusa-

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El pasado es enemigo del presente.

Es algo que nunca había llegado a comprender, pero que cada vez se hacía más eco en mi interior. Escuchaba sus gritos. Como me gritaba que volviese, que mirase hacia atrás, y yo, inteligente de mí, lo ignoraba, no tenía sentido pararse y mirar un pasado que nunca volverá. De qué servía lamentarse del pasado si ya no se podía cambiar, si lo sucedido se sellaba para siempre. 

Cuando abrí los ojos, me llevé una mano a la frente instintivamente. Un fuerte dolor me atravesaba la cabeza. Sentí como levemente mis oídos pitaban y como notaba mi garganta algo seca. Me aclaré la garganta, me incorporé despacio y miré a mi alrededor. A simple vista no recordaba nada, estaba sentada encima de un inmaculado sofá blanco en un amplio salón de paredes verdes oscuras con cuadros de pinturas de la época victoriana. El suelo era de mármol, y todo parecía de un valor incalculable. Entonces lo recordé: Travis Herberg. Estábamos en la casa del lago de Travis, aquel chico que era rubio y de ojos verdes claro con un tono de motas amarillas como las serpientes, el chico rico y pijo de aquel campamento cristiano al que había ido.

Cuando comencé a situarme, fui fijándome más y más en lo desastrosa que parecía estar la casa. ¿Qué había pasado? El suelo estaba repleto de vasos rojos de plástico, y de ropa tirada por todos los sitios. Miré mi propia ropa, no era lo que recordaba haber llevado ayer cuando llegamos a aquella casa. En su lugar, ahora llevaba un vestido verde oscuro ceñido que se me pegaba a mi cuerpo como si fuese una segunda piel. Me sentía algo incómoda, porque no era el típico vestido que yo llevaría, no era de mi estilo.

¿Qué demonios había pasado la noche anterior?

Y encima, el vestido me apestaba a alcohol, y a tabaco.

Qué asco, pensé.

Me levanté del sofá dispuesta a dirigirme al baño, cuando noté que mis piernas me fallaban encima de esos tacones altísimos, y me dí de bruces contra el suelo. 

—Pero bueno, si Blanca derrota ya se ha despertado. —aplaudió Matthew desde las escaleras que daban al salón—. Pero algo me dice que con mal pie.

—Gilipollas. —emití una especie de gruñido, ante lo que él se rió aún más. 

—Se dio bien la noche, me comentan. —afirmó Matthew con una sonrisa socarrona. 

—Vete a la mierda, Anderson. —rugí—. ¿Qué narices pasó? No me acuerdo nada, y me duele muchísimo la cabeza.

Matthew se a piedó de mí, se acercó y me ayudó a levantarme, me volví a sentar en aquel sofá blanco y me quité los zapatos, sentí un alivio inmediato.

—Tuviste que beber mucho. ¿De verdad, que no te acuerdas de nada? —me miró algo extrañado.

Intenté hacer memoria y rebusqué en cada recuerdo del día anterior.

Después del baño en el lago, nos secamos y nos pusimos una ropa de chándal, hicimos una hoguera, cantamos canciones del campa, mientras unos hacían la barbacoa... ¿Y después? ¿Qué recordaba exactamente después de eso? 

Fragmentos de un flash-back inundaron mi mente por varios segundos.

Estábamos Scott, Natalie, Matthew, Marie, Amelia, Travis, Alexa y yo. Después de terminar de cenar, a Travis se le ocurrió la magnífica idea de invitar a varios amigos suyos. "Varios" se convirtió en "cientos", en cuestión de una hora o dos. Osea, habíamos asistido a una fiesta.

¿Y el vestido? ¿De dónde había salido? Y entonces lo recordé.

—¿Qué haces con un chándal en una fiesta, Hamilton? —me preguntó Amelia riéndose—. Mala elección si quieres conquistar a Scott. A él no le gusta ese tipo de chicas.

Daría el mundo por tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora