CAPÍTULO 4

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-¿Pero quien, en su sano juicio, nos robaría a nosotros? Acabamos de llegar a esta ciudad.-dijo mi padre intentando poner orden en el salón.

-Tú mismo lo has dicho, Carlos, alguien que no está en sus plenas facultades men-tales. Y poca gente, comparada con las que viven en la ciudad, saben que somos nue-vos.-dijo mi madre en un intento frustrado de calmar algo a mi padre.

-Papá, tranquilo.-le dijo mi hermana pero mi padre seguía echando humo por las orejas.

Se dirigió al policía que estaba en la casa y empezaron a hablar acaloradamente en italiano y cuando por fin parecía entender algo lo que estaban diciendo, puf, me perdía de nuevo y aquello era un no parar. A mi hermana le pasaba lo mismo. Una compañera de clase la estaba ayudando con el idioma y le traducía las clases y mi madre práctica-mente nunca salía de casa de modo que apenas entendía nada. La única que lo entendía mejor era yo y me perdía constantemente, no me quiero ni imaginar cuanto se perdían ellas.

Tras varios minutos de lo mismo me levanté del sofá con aire decisivo y dije para todos:

-Me voy a clase.

El policía no pareció entenderme pero creo que se imaginó que me iba ya que me abrió la puerta principal de la casa como todo un caballero. Lo cierto es que desde que llegue a Venecia todo parecía como en las leyendas que había escuchado de Italia, como la de que todos los italianos eran guapos. La verdad es que me había encontrado pocos italianos feos. Y los que había visto no los conocía. Mi madre me decía que tenía un imán para los italianos guapos siempre con una mirada puesta en la ventana y, siempre, en aquel momento aparecía Ángel. Era como si supiera que aparecería en el momento en el que dijera aquellas palabras.

No paraba de pensar en ello mientras me habría paso por las calles de la ciudad rumbo a la facultad cuando recordé lo que había pasado aquella misma noche. El lobo en el salón y su transformación en Marc, mi amigo de la infancia.

Cuando me lo encontré en la esquina de la facultad, donde siempre me esperaba para entrar juntos a clase, me pare en seco rememorando lo ocurrido y él se percató de ello. Intente disimular con una amplia sonrisa y un saludo efusivo con la mano.

Por fin llegué hasta donde estaba. Era difícil llegar hasta él ya que la calle era más bien estrecha para la cantidad de personas que llegaban a concentrase en ella.

-¿Qué tal la ropa de mi padre? Estaba tan ofuscado con la destrucción de la planta de abajo y mi explicación del ladrón que ni se percató que le faltaba una camiseta y unos pantalones vaqueros. Sin contar, claro está, los calcetines, los calzoncillos sin estrenar y las zapatillas.-dije mientras no paraba de reír.

-Calla, Lu. No me hace ninguna gracia eso.

-Marc tienes que mirar el lado positivo de todo lo que te pasa cuando estas como tú ya sabes.

-¿Qué es lo que pasa cuando esta como él ya sabe?-dijo una voz a mi espalda. Cuando me di media vuelta muy lentamente vi que la voz me sonaba con razón. Era Ángel.

-Nada.-dijo secamente Marc.

-Contento.-dije en una carcajada. Ángel rio conmigo y Marc se molestó un poco.-Disculpad. ¿Dónde están mis modales? Marc este es Ángel, el ayudante de la profesora de poesía. Ángel, él es Marc Rúa.

-¡Ah! Ya sé quién eres. El de los apellidos peculiares. ¿Rúa Ocete?-dijo mientras le tendía la mano derecha a Marc para estrecharla.

-Sí. Y supongo que tú eres el típico... guaperas que consigue a la chica. ¿Me equivoco?

-Por ahora sí. Solo he tenido una novia en toda mi vida y no acabo muy bien que digamos.

-¿Verónica?-pregunte temerosa.

DESTINO I - AGUADonde viven las historias. Descúbrelo ahora