DESTINO I - AGUA

EPÍLOGO

Han transcurrido menos de veinticuatro horas desde ese momento y Lucía lo re-cuerda como si lo estuviese viviendo en el mismo instante. Cada segundo, cada palabra, cada punto, cada coma. La han encontrado después de cinco años. No puede saber cómo. Nadie sabía que estaban allí. Pero, en cambio ahora, si lo saben.

"¡Elena!" piensa Lucía y en ese momento sabe lo que tiene que hacer. Tiene que escapar del psiquiátrico cuanto antes. Cada segundo transcurrido es un riesgo mayor el que asumen.

Durante la cena, Lucía actúa como siempre. Coge su bandeja, coloca en ella la comida y se sienta en su mesa junto a la ventana. Mientras ella maquina un plan para escapar de allí con su hermana sin que nadie se dé cuenta. Los enfermeros encargados de la vigilancia del comedor la miran y la ven como siempre, con la mente en blanco. Pero las cosas no son lo que siempre parecen y eso, Lucía, lo sabe mejor que nadie.

Lucía sabe a la perfección como espaciar de allí. Antes o después encajará todo el puzle pero lo primero es abrir la puerta cerrada con llave de su habitación. Lo siguiente era burlar la seguridad y entrar en máxima seguridad seguido de abrir la puerta del cuar-to de su hermana y sacarla de allí. Después, otra vez, a mínima burlando la seguridad de máxima y, lo más difícil, salir del psiquiátrico. Y todo ello sin que nadie se dé cuenta y sin que nadie las retengan, y lo mas imposible y verdaderamente complicado, que no las pillen las cámaras de vigilancia.

Aun no sabe cómo pasar los controles de seguridad y eso es lo que podría hacer fracasar su plan de escape. Un mínimo error y estarían perdidas para siempre.

Justo cuando la cena se está terminando, a Lucía se le ocurre una brillante idea pa-ra salir del psiquiátrico con su hermana. Pero para ello tendría que llevarlo a cabo ya.

Lucía coge su bandeja y va a dejarla en las mesas que hay detrás de las mesas de servir donde se colocan los cocineros con los platos para todos los pacientes con la dieta específica de cada uno de ellos. Lucía deja la bandeja en la mesa mientras coloca los cubiertos en una caja amarilla y el vaso en una blanca y tira la comida sobrante a unos cubos verdes.

Una de las ventajas de ser el caso especial es que se le permiten utilizar cubiertos de verdad y no de plástico como al resto de paciente, siempre y cuando tuviese cuidado de que no cayesen en manos de los otros pacientes.

Sin que nadie la mirase, Lucía coge uno de los cuchillos sucios y se corta profun-damente en el brazo izquierdo. El dolor es insoportable. Coge y le da un guantazo a la bandeja y esta cae al suelo boca abajo rompiendo todos los platos.

Un profundo grito sale de lo más profundo de sus entrañas. Todos los enfermeros corren a auxiliarla. El corte que tiene en el brazo s profundo pero con tanta sangre no se ve bien como de profundo y grande es.

Armand coge a Lucía en brazos y la lleva a la enfermería.

Lucía le aprecia muchísimo. Es la única persona que no la trató como una persona rara o algo así, sino que lo hizo como si fuese alguien normal. Mientras van de camino a la enfermería, Lucía piensa en muchísimas cosas que quiere decirle, sobre todo agrade-cerle su trato normal y no especial.

-Gracias.-le dice al oído en un leve susurro.

-No te preocupes. Pronto estarás en la enfermería y el médico te curará.

Armand no ha entendido el agradecimiento de Lucía, como era de esperar. Des-pués de tono no está dentro de su cabeza. Así que Lucía sigue su conversación.

-¿Tú no me puedes curar?-su susurro s cada vez más débil y bajo.

-Sí, pero Richard tiene más experiencia curando las heridas, que se infligen los enfermos unos a otros, que yo. Yo solo soy un auxiliar, por así decirlo. Doy medicinas y curo heridas superficiales a los pacientes pero siempre con permiso y bajo supervisión del médico. Richard es el experto. Yo no.