Capítulo 3: Buscando el camino

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A Darrell le gustaba escribir cuando era de noche, sentado en el techo de su casa —salía por la ventana y trepaba por un árbol vecino— mientras observaba las estrellas. Siempre le habían llamado la atención aquellos puntitos brillantes que adornaban el cielo oscuro. Sabía que eran más grandes de lo que parecían, pero le fascinaba verlas así, pequeñas y sutiles, como mostrando una parte de su brillo, de su belleza.

Esa noche hacía frío, así que se puso un suéter de lana que le había regalado su abuela y salió por la ventana. Cuando estuvo en su sitio exacto en el tejado, sacó su cuaderno del bolsillo y un bolígrafo. El viento le revolvía el cabello castaño, arrojando mechones sobre sus ojos, mas a él eso poco le importó. Ese momento era el único en el que se permitía estar solo, respirar aire y simplemente pensar. Pensar era su pasatiempo favorito, además de escribir y escuchar música. Pensaba en el mundo, en las personas, en su familia, en sí mismo... Luego miraba las estrellas y su inspiración llegaba.

Escribía solo para tener algo que hacer, aunque no era que no le gustara. Escribir lo ayudaba a que su mente no se dirigiera a cosas desagradables, se distraía y también disfrutaba. No se animaba a hacer una historia porque creía que era mucho compromiso, y él prefería vivir sin restricciones. Sin embargo, cada vez que veía las estrellas —su fuente de inspiración— su mente comenzaba a maquinar escenas, construir diálogos y le provocaba escribir una historia, su propia historia. Mas ahora solo se dedicaba a que sus dedos fluyeran y plasmaran en el papel lo que ellos quisieran.

El viento hacía zumbar sus oídos y su piel se erizó por el clima helado. Le gustaba el frío, pero se estaba congelando. Observó su caligrafía. No era una letra muy bonita, pero era fina y suave, como si acariciara al papel. Leyó las líneas escritas y sonrió levemente, satisfecho.

Se incorporó despacio, caminando en puntas para no hacer ruido. Luego agarró la rama gruesa del árbol, teniendo cuidado de no hacer mucha fuerza en ella. Bajó los pies con lentitud hasta apoyarlos en el alféizar de la ventana. Metió los pies al cuarto, sintiendo en ellos el cambio de temperatura. Después entró por completo y cerró la ventana.

Soltando un suspiro, miró el reloj despertador de su mesita de noche y bostezó por pura inercia. Era hora de dormir.

Puso el cuaderno en la mesita, se arropó con las cobijas tibias y sus parpados fueron cayendo lentamente hasta quedar dormido por completo.









Elaine y Darrell no congeniarían, se decía Josh. Eran polos opuestos y de la forma más literal posible. Elaine era sociable, no temía decir lo que pensaba y era muy, muy impulsiva. Él lo sabía más que nadie. En cambio, Darrell era... aburrido, tosco y no hablaba con nadie.

No entendía por qué su hermana lo quería unir a la banda, pero después de haberlo pensado lo comprendió. A pesar de todo, él sabía que el tipo tenía talento. Una vez leyó en su clase de lengua un escrito de su autoría y fue impresionante; él, Josh Carson, se había impresionado con el chico callado. No fue el único, al parecer, porque Darrell tenía algo que... cautivaba, sus letras tenían un toque mágico, lo podía sentir. Aún recordaba los aplausos que habían dado todos sus compañeros y él mismo quiso pararse y aplaudir con fuerza, aunque no hizo nada.

Darrell era lo que Underground necesitaba y eso Josh lo sabía. Sin embargo, pensaba que no tenía la presencia que requería ser miembro de una banda, aunque esperaba que aquello se solucionara más adelante. Lo importante ahora era convencer al chico de unirse.

—Dime de nuevo por qué estamos haciendo... —Josh hizo una mueca.

Elaine sonrió alegre. Ella estaba feliz con la idea de ir a buscar a Darrell y animarlo a entrar a la banda. No le interesaba que su hermano estuviera más amargado de lo normal, ella convencería al chico. Así sería.

Persiguiendo estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora