Decisiones de arpía

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 De los innumerables temas sobre los que se podía conversar en una amigable charla de banquete, Lucio Minicio,  destacaba por tratar exclusivamente sobre dos: las uvas y el vino. Hablaba de ello cuando estaba con su esposa, con su padre, con sus conocidos, con sus esclavos o con cualquiera que le prestase oídos. Realmente su vida  se tejía en torno a las cosechas y la calidad del vino, el resto de cuestiones eran un abismo de desconocimiento en el que no tenía ningún interés por entrar. Lucio Minicio, a sus treinta septiembres, no necesitaba más que ver madurar sus racimos de uvas para sentirse feliz y no podía evitar darlo a conocer al mundo.

 Un cubo de agua fría lo devolvió a la realidad. Minicio estaba atado a un poste, tiritando  y encerrado en un calabozo romano, cuatro paredes de piedra con la mínima ventilación de un respiradero enrejado y un cubo como letrina. Había perdido la noción del tiempo y en él habitaba la sensación de que habían pasado calendas desde que había sido detenido y recluido en aquel horrible lugar. Intentó abrir los ojos pero uno de ellos estaba ya completamente cerrado por los golpes, pues un soldado titánico no había parado de sacudirle para que revelase algo relacionado con una oscura conspiración contra el emperador. A voz en grito el guardia insistió de nuevo en pedir su confesión, Minicio con un hilo de voz negó conocer tales hechos,  y un turbión, esta vez de latigazos, se precipitó sobre su espalda.

 Lucio  pensó en su esposa, Manlia Domitia, frágil y hermosa a su manera, con la que aún no había conseguido concebir un heredero, siempre tan autoritaria…  ella sin duda tenía la culpa de aquel tormento, pues había insistido hasta el cansancio en que aceptase la invitación de Apio Siliano para marchar  a Roma y exhibir sus vinos. Su mujer…. Ella siempre parecía tener recomendaciones para todo, no hables tanto de vino, no bebas vino mientras muestras el vino, marcha a Roma y presenta nuestro vino…ve, di, haz, no hagas…y allí estaba él, siendo interrogado sobre algo que desconocía, recibiendo más golpes que una estera. Porqué le había hecho caso a aquella arpía sabionda?… su vino era apreciado en toda  la Laietana, nadie necesitaba a Roma, pero no… ella tenía que decir la última palabra entusiasmando también a su padre con su conveniente retórica, y con ambos de acuerdo, aún en contra de su voluntad, no le quedó otro remedio que plegarse a sus deseos.

 Minicio que no era hombre de viajar se vió embarcado en la aventura, y a los pocos instantes de partir el mareante balanceo de la nave ya le hacía añorar su casa, hasta tal punto, que, si hubiese sabido flotar, se habría lanzado al mar para tomar tierra braceando. Y así, la travesía hasta Roma continuó insufrible y solo los recuerdos de la vida plácida en su villae lo mantuvieron ocasionalmente en pie hasta que, gracias a los dioses, llegaron a su destino.

  El soldado se tomó un descanso al oír que declararía y Minicio delirando inició el relato de lo que si sabía: la receta secreta de como preparar el mejor mulsum.

 -- Amigo soldado….diré que  si se toma la primera prensada de la mejor uva, la excelente vitis vinifera de la Laietana, y una vez fermentada se añade miel, pero no cualquiera ..debe de ser  miel de mil flores, en proporción de 4 partes de vino y una de miel y todo ello se…

 El soldado Quinto Cornelio, encargado de torturar a Minicio, recogió el látigo, aquel asno de provincias había vuelto a desmayarse y sólo era la hora sexta…

El PraetorianiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora