Despertar

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Hacía largo tiempo que Minicio había abandonado  los brazos de Morfeo pero no osaba a abrir los ojos  por temor que, al hacer tal cosa, empezase de nuevo el aluvión de golpes. Ya lejos del hijo del sueño y la noche, Minicio oía un leve susurro de lo que parecían voces femeninas y deseó estar en su villae con su mujer dando órdenes sin cuartel a los esclavos. Qué suerte sería volver a escucharla y verla sonreír, sentir una vez más la brisa, contemplar las viñas, celebrar la nueva cosecha, saborear un buen cerdo salvaje asado con pimienta.. Se sonrió ampliamente.

 -- Está despierto..  

 Una voz femenina resonó en sus pensamientos. Lucio Minicio abrió los ojos, curiosamente podía parpadear con los dos. Miró alrededor y vio una rica estancia llena de murales con escenas ligeras repletas de dioses felices que tocaban el arpa rodeados de ninfas. Una mujer  de rasgos oscuros lo observaba con gentileza, llevaba el cabello recogido al estilo patricio y una túnica blanca riverteada en plata ceñida bajo su generoso pecho, tomó una jarra y le sirvió hidromiel en una copa.

 -- He muerto, acertó a preguntar intentando incorporarse. La mujer sonrió

-- No, aún no ha llegado tu hora.

Minicio suspiró, debía ser una fantasía entonces, los dioses eran crueles riéndose de un pobre viñatero. Tras la primera dama apareció una segunda. Llevaba el pelo suelto coronado de flores y sus ropas, una túnica turquesa bordada en hilo de oro dejaba descubiertos los hombros. Su tez pálida y su rostro, no especialmente agraciado, le recordaron al de la emperatriz Mesalina, a la que había  visto  de cerca en el banquete al que asistió con Apio Silano la noche de su llegada a Roma.

 Sabiéndose reconocida, Mesalina se propuso  solucionar el asunto de alcoba que la ocupaba cuanto antes. Tiempo atrás había regalado dos esclavas a Claudio que la relevaron con eficacia prácticamente de todos sus deberes conyugales relacionados con el triclinio. Eso era su mayor placer ya que, con Claudio entretenido, ella podía disfrutar sin límites de todos los hombres de los que se encaprichaba. En el último banquete, Claudio estaba tan agradecido  a sus dos esclavas que les había otorgado la libertad como regalo. Aprovechando el momento una de ellas, la egipcia Cleopatra, sabiéndose sin duda su favorita, había pedido la libertad y un buen matrimonio para su hermana . Y Mesalina, aún viendo claramente el abuso, se apresuró a hacerse cargo para tener contenta a la liberta que, al tiempo, debía tener entretenido a su esposo.

 Mesalina sonrió. Aquel hombre, ser insignificante de provincias al que había salvado de una muerte segura, era quien podía garantizar  que su vida  se perpetuaría siendo la que era: disoluta y placentera. Lucio Minicio la miraba intuyendo que pronto hablaría sin tregua. Pero Mesalina, amante de las pausas dramáticas, estaba absorta en el placer que le generaba tener ese poder inmenso como  emperatriz y que le permitía decidir, a capricho como lo hacían los dioses, sobre la vida y la muerte ajenas. Mesalina se acercó al lecho con aire de despreocupación.

 -- Querido Lucio Minicio, es para mi un honor alojarte en el palacio imperial, y comunicarte que en breve, una vez estés totalmente recuperado, serás el esposo de nuestra querida Selene. Mesalina tomó la mano de él y la de la liberta y las unió sonriendo feliz, quizás vislumbrando el fin de sus problemas. Acto seguido le entregó el pliego con el contrato matrimonial.

 Minicio la observó atónito, sin entender, aquello no era una orden o una sugerencia sino un hecho consumado. Pensó en su esposa y sonrió extrañamente.

 -- Señora, no creo que pueda hacer eso, puesto que… estoy casado, mi mujer quedó en Baetulo..

 -- Tu esposa.. es cierto.-- Mesalina sonrió maliciosa.-- Siento anunciarte que tu padre y tu esposa formaban parte de una grave conspiración contra el  emperador y que han sido ajusticiados por ello. Vuestras tierras han sido incautadas y  seguramente tu habrías seguido su camino, pero no se ha encontrado ninguna prueba en tu contra, de momento..

 Minicio,  con la mirada perdida, se repitió mentalmente que su padre y su esposa estaban muertos. Intentó entristecerse, pero la realidad era que, de un plumazo, los dioses habían borrado a los dos seres que habían manejado hasta aquel momento su destino. Por primera vez era absolutamente libre..

El PraetorianiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora