La caída

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Mesalina sonrió orgullosa, levantó la mirada y observó complacida el gesto de contrariedad del jefe de la guardia pretoriana. Era otra de las  satisfacciones de ver cumplidos sus caprichos, ver a Justo Catonio, a quien empezaba a desear secretamente, cumpliendo su voluntad.

Claudio no pronunció una palabra sólo miró al hombre de confianza de su guardia personal con un  gesto que llevaba implícito un ya sabes que hacer. Catonio asintió fríamente y salió de la estancia como una exhalación. Fuera le esperaba Sexto Adriático su  tribuno más fiel,   las órdenes les instaban a reunir a una unidad de 30 hombres sin escrúpulos para cumplir una vez más los desatinos del emperador.

 -- Y ahora qué? No ha sido suficiente con ejecutar a Apio Siliano, las protestas se elevan por todo Roma— Adriático preguntó intentado ocultar un interés que llevase  más allá de saber hacia donde se dirigía. Catonio tomó aire para explicar pausadamente:

 -- Parece que la conspiración se extiende también a miembros del séquito de Siliano venido desde Hispania… se intentará así acallar los rumores de asesinato injustificado contra el padrastro de la Emperatriz—el pretoriano se volvió hacia Catonio y este pensó que su subordinado iba a perder la compostura.

 --  Entonces?, interrogó el joven soldado escuetamente. Catonio se sintió aliviado no tenía ganas de detener también a su amigo por oírle expresar abiertamente el despropósito en el que se estaba convirtiendo Roma en los últimos tiempos.

 -- Hay que apresar y encarcelar a todo su círculo venido de Hispania, especialmente a Lucio Minicio.

 -- El vinatero?—no pudo evitar una carcajada—quería acaso envenenar a nuestro amado emperador con el delicioso vino de la Laietana? Es ridículo.. Justo Catonio se detuvo para mirarlo con semblante serio pero con cierto gesto de has dado en el clavo. Adriático negó con la cabeza no queriendo dar crédito.

 -- Mañana partirás hacia Hispania, tu misión será dirigirte  a Baetulo y confiscar los bienes de Minicio. El castigo debe ser ejemplar.

 -- A sangre y fuego?... Catonio asintió a la pregunta intentando no mostrar ninguna emoción.

 Caminaron en silencio por los ya sombríos jardines del Palacio Imperial hasta llegar a las caballerizas acompañados únicamente por la luz intermitente de las antorchas y un manto de estrellas que indicaban una noche clara. Un esclavo los guió hasta sus caballos, Catonio aprovechó entonces para romper el mutismo.

-- Al punto hayas cumplido, amigo Adriático, puedes aprovechar para interesarte por tus asuntos en Barcino y tomarte un tiempo de descanso, espero que volver sea de tu agrado y también del de tu esposa... Adriático se revolvió al oír estas palabras.

 -- Qué he hecho que no te complazca para que me condenes al exilio..dijo entre dientes.

 -- Un tiempo apartado de Roma te será favorable. Sentenció Catonio.

Adriático le ayudó a montar sin comprender a que obedecía aquel odioso alejamiento de Roma. Después vio como se marchaba al galope sin esperarlo.

 Justo Catonio puso rumbo al barrio del placer con la intención de olvidarse por unos instantes de sus obligaciones al frente de la guardia pretoriana, sabía que era cuestión de tiempo que los caprichos de la emperatriz buscasen un nuevo blanco y había oído rumores que apuntaban a algún mando de su guardia, temía por Adriático, era joven y atractivo, y conociéndolo se negaría a satisfacer la lascivia de la emperatriz lo que acabaría costándole la vida.

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