Epílogo

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El momento en que me castraron cambió mi vida por completo, de una forma tan exagerada que, años después me sigue sorprendiendo. Podría haberme pasado la vida trabajando en el campo, partiéndome la espalda trabajando y vivir con lo justo para sobrevivir, pero mi abuelo decidió que él ya había tenido suficiente de eso. Mi hermano y yo éramos su única esperanza para poder conseguir todos los lujos que siempre quiso. Los ansiaba tanto que no dudo en someternos a una operación en la que nos jugábamos la vida.

Después de la castración de Feliciano, cuando ya pasaron los momentos en los que pensábamos que se iba a morir, mi abuelo me llevó al hospital. Feliciano, con las pocas fuerzas que le quedaban lloró y suplicó que no me hicieran lo mismo que a él. Él quería que yo no pasase por eso, que no sufriese. Mi abuelo hizo como que no lo escuchó.

En el hospital, cuando el barbero ya tenía preparados todos los instrumentos mi abuelo posó las manos en mis hombros y me miró fijamente.

- Quiero que sepas que esto solo es un poco sacrificio para conseguir todo lo que siempre has querido: dinero, fama, mujeres ... Sé que eres fuerte y confío en que saldrás bien de esto.

- Eso es lo que tú quieres. Yo quiero volver a casa con Feli. Se está muriendo – dije mientras me corrían lágrimas por las mejillas y se me quebraba la respiración. Tenía miedo. Mucho. No quería morir. Mi abuelo se limitó a hacerle una seña al barbero para que empezase con la operación.

Años más tarde, después de haber llorado, actuado, cantado, sufrido , conocido amigos y casi haberme muerto le doy las gracias al bendito cuchillo que ha hecho que esté aquí. No por el dinero ni la fama, no, si no porque gracias a eso puedo dedicarme a lo que más me gusta, cantar. He conocido a grandes amigos y, lo mejor de todo, he encontrado la persona más maravillosa del mundo.

Ahora mismo está a mi lado, dormido. El pelo le cae por los ojos y su pecho sube y baja ligeramente con cada respiración. Tiene una expresión de paz total. Sonrío para mí mismo, se le ve tan tranquilo. La luz del sol mediterráneo que entra por la ventana hace que su piel morena desprenda pequeños destellos. Me abrazo a su pecho, su piel es cálida y tersa. Me pregunto cómo he vivido tanto tiempo sin él y, ahora que lo conozco, cuando está muy lejos de mí siento que me falta el aire. Antonio es mi propio sol, que consigue que se me suban los colores con solo una sonrisa. ¿Siempre he sonado tan gay? Espero que no.

Me alejo un poco de él, como si temiese que si estamos muy cerca consiga leerme los pensamientos, porque, seamos sinceros, si dijese cualquiera de las cosas que pienso me moriría de la vergüenza. Sin darme cuenta Antonio pasa un brazo por mi cintura y rueda sobre el colchón, acabando encima de mí.

- ¿Ibas a alguna parte? – pregunta susurrándome al oído. El pelo le cae encima de mi frente, haciéndome cosquillas.

- ¡Eso no es justo, bastardo! Pensaba que estabas dormido.- Un pensamiento cruza mi mente, lo único que nos cubre son las sábanas, solo eso. Noto su cuerpo presionado contra el mío, cada centímetro en el que nuestra piel se toca. Me pongo rojo al pensar en eso. Antonio debe de haberse dado cuenta de por donde tiran mis pensamientos ya que sonríe de forma pícara.

- Me sorprende que sigas así de vergonzoso después de lo de anoch...

- ¡¡¡ Déjalo!!!- grito tapándome la cara con las manos mientras sentía mi rostro arder. Antonio se ríe y me besa las manos.

- Te has puesto como un tomate- dice con una sonrisa. Le respondo con una especie de gruñido y él me revuelve el pelo y se levanta de la cama. Entreabro un poco los dedos que me cubren los ojos y, inevitablemente, mi vista se va al culo del español. No es que me sienta muy orgulloso, pero no puedo evitarlo, tiene un trasero jugoso.

Bendito cuchillo (Spamano)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora