Capítulo 10

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Cierro la puerta y salgo de la habitación del rey. Le acabó de cantar una pequeña aria, para que los niños pequeños descansen. A las tres frases ya estaba dormido, tuve que ponerle una manta sobre los hombros mientras roncaba suavemente con la cabeza sobre el escritorio. Estaba en total calma, con una pequeña sonrisa en los labios, las arrugas de preocupación de esta tarde habían desaparecido casi todas.

Camino animadamente por el pasillo mientras mi mente vuela al jardín real, concretamente debajo de un árbol donde se encuentra un chico de ojos verdes. Esa tarde había besado a Antonio y lo había hecho yo por mi cuenta, puede que por impulso, pero al fin y al cabo lo hice. Me llevo los dedos a los labios, recordando el tacto de los del contrario. Solo con pesar en ello me siento como si una pequeña luz ardiese en mi interior, ilumándome y dándome calor. Doblo la esquina del pasillo cuando veo mi reflejo en un espejo. Una persona idéntica a mí me observa, solo que él tiene la cara sonrojada y una sonrisa de idiota. Me acerco al reflejo, ese no puedo ser yo, debe ser mi fratello, esa expresión es más propia de él. ¡Ese bastardo provoca que me vuelva tan idiota como él!. Me llevo las manos a la cabeza, ¿qué me está pasando?, yo no suelo ser así.

Debajo del árbol, en el suelo, tumbados uno encima del otro Antonio me había propuesto que mañana fuese con él a su finca. Su rostro era un mar de luces y sombras, sacando destellos de aquí y allá. Le dije que no y él puso cara de cachorrito y me rodeó el cuello con los brazos, "venga Lovi, no seas malo" me decía. Después de varias hostias para que me soltase y de dejarle claro por millonésima vez de que no me llame Lovi consiguió que aceptase, aunque fuese para que me dejase en paz. Pero en el fondo, muy en el fondo, donde están las tripas y esas cosas, tenía ganas de ir.

Entro en mi habitación y me desvisto, ¿qué querrá enseñarme Antonio mañana? Me meto entre las sábanas y me quedo mirando el techo, ¿querrá seguir con lo de esta tarde?, en realidad tiene sentido, estaríamos en su casa sin que nadie nos molestase. Me pongo rojísimo solo de pensarlo y dio media vuelta en la cama intentando alejar esos pensamientos. No creo que quiera, ¿o sí? Soy un idiota solo de pensarlo, mejor me duermo antes de seguir haciendo preguntas estúpidas.

En el comedor Elizabeta no despega los ojos de mí. Procuro no hacerle mucho caso y clavo la mirada en mi plato mientras intento untar una rebanada de pan con mantequilla. Roderich no se da cuenta de cómo me mira su prima, está muy ocupado tomando café de la forma más señorial posible.

- Lovino, te noto raro- dice la chica. Pone una mirada pícara, subiendo y bajando las cejas. - ¿Tiene algo que ver con el chico ese que entro en tu camerino el otro día?

Del susto se me cae el cuchillo de las manos y dejo el mantel manchado de mantequilla.

- ¿Cómo sabes que nadie entró en mi camerino?- Esta mujer me asusta, tiene ojos en todas partes.

- Con que he acertado – sonríe de una forma que me perturba.- Yo le dejé entrar, me pareció de confianza.

Eso explica un par de cosas.

- ¡Pero si no lo conoces de nada!

- Puede, pero hice bien. Se te nota más feliz desde que hablaste con él.

En momentos como este, por muy bien que me caiga Eli, me dan ganas de que se calle. Se levanta y me pica con un dedo en la mejilla, sonriendo como una niña.

- Venga, admítelo.

- Roderich, ¡dile algo! - ¿En serio acabo de decir eso? Parecemos críos.

- Mientras no os lieis cuando tienes que cantar por mi como que os caséis.

La chica da saltitos de alegría esperanzada por la idea de que me case. Me levanto rojo de vergüenza y salgo del comedor. Dios, no me puedo creer que el austríaco soltase eso. Subo las escaleras de dos en dos a pisotones, refunfuñado y me encierro en mi cuarto. ¿Siempre me comporto como una adolescente?, espero que no. Me apoyo contra la pared y me dejo resbalar hasta acabar en el suelo.

Bendito cuchillo (Spamano)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora