9. Encerrados en el elevador.

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—Te creí un poco más buena. —comenta, llevandose una bolsa de hielo a la cabeza—. ¿Por qué no dijiste nada?

—Si yo fuera tú, no me quejaría. —le hice señas al guardia de seguridad del edificio, para que me pasara la pastilla junto con el vaso de agua—. Gracias...

—Mario. —responde rápidamente, para luego sentarse en el sofá frente a nosotros—. Y estoy con la rubia amigo, no te quejes, creo que si ella hubiese querido, te hubiese dejado hasta que la muerte estuviera presente, y no en las ancianas, sino en ti, amigo.

Nos encontrábamos sentados en los sofás de la recepción del edeficio. Después que había pasado todo, Mario se nos acercó, le explicamos el problema, y el buen hombre fue en busca de hielo y de las pastillas para el dolor de cabeza que al parecer tenía guardadas.

—¿Es en serio, Mario? ¿Estás de parte de ella?

—Sólo te estoy avisando, viejo. ¿Les digo algo? —negué con la cabeza, pero aún así prosiguió— Mi ex-posa me dejó desnudo durante siete horas fuera de mi casa, sólo porque había olvidado bajar la tapa del baño, ¿Puedes creer eso?

Eh... sin pensamientos.

—¿Qué tiene que ver eso con esto?

—Nada, sólo quería decirles. —responde subiendo los pies en el sofá.

—Okey... volvamos a lo de antes —volví mi mirada hacia Sean—. Debes de estar agradecido, ¿Te imaginas que hubiera pasado si la milisima parte que sintió lástima por ti nunca hubiese aparecido?

—Les dijiste que te podías defender sola, y me golpeaste en la entre pierna, para desmostraleselo —sus ojos estaban abiertos como platos—. ¡Y una de ellas pidió que lo hicieras de nuevo, y lo volviste hacer!

—Uhh. —dije, para luego esbozar una sonrisa de lado—. Lo siento por ti, pero siempre obedezco mandatos como esos.

Escuché a Mario silbar.

—¡Y Todavía ni si quiera entiendo como estas vivo, amigo! —dice todo entre risas—. Deberías estar retorciendose de dolor.

Me quedé mirándole. Una parte de él me caía de maravilla, otra, sólo se preguntaba qué hace aquí escuchando nuestra conversación, en vez de estar vigilando el lugar, el cual es su trabajo.

—¿Les digo algo? —continúa hablando con ese tono en particular, tan extraño. Negué con la cabeza y Sean con las manos pero aún así prosiguió—. Mi ex-esposa me engañó con mi vecino, y me armé de valor para enfrentarla y el que terminó en la calle fui yo, y tuve que perdonarla pues no tenía para donder ir, ¿Pueden creer eso?

—Gracias Mario. —le dije con un sonrisa forzada, para luego dirigir mi mirada hacia Sean—. ¿Nos vamos al apartamento? ¿Podemos ordenar Pizza? —propongo, esforzando aún más la sonrisa para ganar su aprobación.

—¿Estás invitando? ¡Gracias!, hasta mañana, viejo. —se ponde de pié, dejando la bolsa de hielo en el sofá, para luego dirigirse al elevador. Coloco el vaso en una mesa de al lado la cual tenía un hermoso florero, para seguirle.

—Sabes, te mereces lo que te pasó, nadie te mandó a agararme de esa manera y taparme la boca para que no fuera con el chico, un chico que se veía agradable. —digo con el tono aburrido que siempre suelo usar, mientras apretaba el botón el elevador—. Y no voy a pagar la Pizza. —añado, entrando al elevador.

—Se supone que irías conmigo y no con él, ¡Ni si quiera lo conoces!

Sean precionó el botón para nuestro piso y miré hacía afuera antes de que la puerta del elevador cerrara, y pude ver claramente a Mario quedarse dormido en el sofá de la recepción... ¿No debería estar vigilando? Espera...

Yo no creo en el amor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora