Me percaté de que no hubiese nadie cerca, si me descubriesen estaría en problemas, aunque pensándolo bien, hoy es mi ultimo día en este asqueroso lugar, así que no debería de importarme menos.
Podría entrar por aquella puerta, y que todos se enteren que me escapé o entrar por la ventana y hacer como si todo el día estuviese allí, al final me decidí por la puerta. ¿Qué es lo peor que puede pasar?
Salí detrás del gran árbol, dónde me encontraba, y me dirijí hacía la entrada, caminé marchitando flores a cada paso que daba. Pobre de la persona que le toca mantener estas flores en buen estado, mañana se encontrará con una buena sorpresa.
Observé la puerta por ultima vez, ¿Que he dicho? Yo... ¿contemplando algo?, debo estar ebria, no puedo estarlo no he bebido nada, solo agua, y si fuese así no tendría control de mi cuerpo.
Toqué despacio, pero nadie abrió, así que toqué con mas fuerza. A este ritmo si siguiera podría romperse.
Nadie respondía hací que comencé a gritar.
—Anciana Elisabeth, ¿Pueden abrir? —al ver que nadie respondió grité más fuerte—. Putas monjitas, ¿Pueden abrir?, ¡Me escapé!, ¿No les gustaría regañarme y ponerme un castigo?
Creo que por decir lo último me quedaré afuera.
Elisabeth es una señora, que... Pss, da igual, no la voy a ver más nunca después de mañana.
Nadie abría así que... volvamos al plan de entrar por la ventana.
—¡Increíble! —murmuré para mí.
Avancé dando zancadas por todo el césped hasta la ventanilla de mi habitación. Miré hacia el piso dos, y me di cuenta que había olvidado lo alto que se encontraba.
Comencé a trepar por el gran árbol que está justo al lado de mí ventanilla. No se me hizo tan difícil, primero porque el árbol tenía muchas ramas de donde aferrarme con facilidad y segundo porque no era primera vez que lo hacía.
Al llegar a mi habitación, pude sacar todo el aire comprimido que tenía dentro de mí, con esto del miedo a las alturas... pero ya estoy acostumbrada a esto, así que dos pisos no son nada para mí.
La luz de la habitación estaba apagada, así que fui en busca del interruptor que está al lado de la cama, para encenderla. No me sorprendí para nada al notar tres rostros mirándome.
—Señorita Moore —me dice la vieja de Elizabeth con un tono muy delicado. Estoy cansanda todos aquí hablan como princesas o hadas, o cualquier bicho raro—. ¿Que hace usted fuera del internado y a estas horas de la noche? Podría estar en peligro.
¡Eran a penas las siete!, si que son exageradas estas viejas...
—En su último día en este prestigioso lugar, en vez de compartirlos con sus amigos se la pasa fuera, ¿No sabe usted que esto esta prohibido? —continuó.
Giré los ojos.
—¿Y no debería estar usted atendiendo la puerta por si alguien quiere entrar? —contraataque imitando su tono de voz.
—¡Muy bien!... —exclamó la otra anciana que por cierto la detesto, siempre me mandaba a quitarme el abrigo en el aula ya que no estaba permitido porque no era parte del "Uniforme"—. ¿No sabe usted respetar señorita Moore?
—Si, si, ya. ¿Me van a dar un castigo o solo van hablar putadas toda la noche?
—Menos mal que se va del lugar... —usurró la señora Vanterpool a Elisabeth, pero yo la escuché perfectamente.