Capítulo 6

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—¡Break, no! —gritó Gilbert, desesperado. El hombre había logrado deshacerse de su agarre y corría hacia Caribdis, cegado por la ira. La gigantesca serpiente marina siseó, mostrándole los colmillos con aire amenazador, mientras Break desenvainaba su espada. A pesar del tiempo que había estado herido de gravedad, prácticamente sin poder moverse, ya casi se había recuperado del todo. Oz lo observaba con creciente admiración, en especial cuando la serpiente alzó la cola para atacar al hombre y este fintó rápidamente hacia un lado para esquivarla: a pesar de estar ciego, sus capacidades apenas habían disminuido. Y es que en aquel instante, después de haber descansado y recuperado fuerzas, Break volvía a ser el mismo de siempre.

Aquella admiración fue sustituida rápidamente por confusión, sorpresa y horror cuando vio que el hombre se paraba en seco. Guardó su arma y alzó la mirada hacia la serpiente a pesar de ser incapaz de verla, sonriendo de forma siniestra.

Nadie se dio cuenta de lo que pretendía hacer hasta que la cuenca de su ojo izquierdo comenzó a brillar de forma inquietante, iluminando su rostro de rojo.

—¡Es Mad Hatter! —exclamó Vincent.

Pero, cuando la poderosa cadena comenzaba a materializarse tras ser llamada por su dueño, Break cayó de pronto al suelo. Confuso, trató de incorporarse, aunque enseguida se dio cuenta de que le sería imposible: un peso lo empujaba hacia abajo.

Presa del pánico, trató de deshacerse de él, pensando que Caribdis había conseguido golpearle, pero cuando alzó la mano y palpó el rostro que había sobre él lo reconoció al instante.

Era el de Sharon. La joven Rainsworth se había abalanzado sobre él en cuanto había visto sus intenciones, impidiéndole traer a Mad Hatter hasta la Caja de Pandora. Y es que todos sabían lo que ocurriría con Break en cuanto consiguiera invocar a su cadena: su salud era muy frágil y aquel esfuerzo podría suponerle la muerte.

—¿Se... señorita? —susurró Break, acariciándole el suave pelo castaño claro.

Pero ella no podía permitirse perder el tiempo. No cuando Caribdis seguía allí. Bien pensado, era extraño que aún no les hubiera atacado.

—¡Vamos, Break, levanta! —instó, poniéndose en pie ella también.

Cuando miraron hacia la enorme serpiente para averiguar lo que ocurría, se sorprendieron al ver que los demás habían llamado a sus cadenas y estas trataban de alcanzar a Caribdis.

Sin embargo, no era tan sencillo: con su largo y fino cuerpo, a la serpiente no le costaba arquearse, rizarse y sumergirse rápidamente cuando se encontraba en peligro, así que las cadenas de los contratistas aún no habían conseguido acercarse a ella, ni mucho menos herirla.

El remolino seguía girando, aumentando su velocidad a cada segundo, por lo que todos debían moverse continuamente de un islote a otro si no querían acabar como Liam, ahogados en el fondo del océano.

Aún no habían logrado asimilar del todo que el aplicado y trabajador Liam Lunettes hubiera muerto. Era, sencillamente, demasiado irreal. No podía ser posible que no fueran ya capaces de volver a verlo, con sus gafas —perdidas, como él, en el fondo del mar—, su pelo corto y claro y la pila de folios que solía acompañarlo cuando caminaba por los pasillos de Pandora. Tampoco volverían a escuchar nunca su grave y calmada voz, ni las discusiones que tenía con Break a causa de las bromas que le gastaba el hombre. Todo se había perdido... para siempre.

Break se obligó a apartar aquellos pensamientos de su mente cuando, con un chillido, Caribdis se lanzó hacia él con los colmillos por delante. Tomó a Sharon de la mano y esperó a que la serpiente estuviera lo suficientemente cerca como para no poder cambiar la dirección a la que se dirigía. Entonces saltó hacia un islote alejado, provocando que los colmillos de Caribdis se engancharan en el islote. Sharon lo miró con admiración. Al fin y al cabo, ¿cómo había sabido el momento justo en el que debía huir, si estaba ciego?

La Caja de PandoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora