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Disclaimer: Los personajes de esta historia NO me pertenecen, son propiedad de Rumiko Takahashi autora de: "InuYasha: un cuento feudal de hadas"

Importante: ESTA HISTORIA ES DE MI AUTORÍA. Si viste esta historia con anterioridad en esta plataforma, se trató de un sucio plagio. 

Actualización Julio 2020: Los cambios no son más que para correcciones ortográficas y un poco de la narrativa, nada importante. Les agradezco muchísimo el cariño por esta historia. 

-o-

Esa mañana pintaba tranquila: el sol brillaba sin casi ninguna nube que le opacara coloreando el cielo de un despejado azul. Cerró los ojos un momento y respiró profundamente de aquel limpio aire que se filtraba en sus pulmones, se concentró en el sonido de las aves cantando alegremente y de los niños a lo lejos que jugueteaban sin la más mínima de las intranquilidades. 

Sonrió alegremente sin preocuparse de abrir los ojos, estaba en casa.

Abrió despacio sus párpados para intentar re ubicar su propia presencia en aquel cuadro tan feliz que sus sentidos le brindaban: sentir el fresco del césped bajo sus muslos le hizo recordar que se encontraba sentada en uno de los prados cercanos a la aldea donde vivía. Giró a su derecha y observó el gran cesto de paja seca rebosante de las hierbas que había recolectado durante el transcurso de su mañana. El verano podía ser tan inclemente que llegaba a deshidratar a los niños y ancianos de su poblado, y era su deber estar preparada para aquello.

El sofocante verano, repitió en su cabeza cuando un viento caluroso sopló en su cara pasando a juguetear con su cabello, arrugó su nariz en forma de protesta al tiempo que hurgó en su bolsillo y sacó un delicado listón de color blanco con el cual ató su largo cabello color azabache, se aseguró de atarlo firmemente para después regresar su trabajo seleccionando las mejores plantas para su labor tal y como su ahora maestra, la anciana Kaede, le había enseñado.

Sintió pronto su tranquila atmósfera cambiar al percatarse de una presencia muy conocida por ella acercarse hacia donde se encontraba, provocándole cosquilleos en su nuca, permaneció serena concentrada en su labor tomando aquellas útiles plantas entre sus finos dedos reconociendo sus texturas y colores.

Escuchó suaves pasos sobre la hierba cada vez más cercanos hasta que su cuerpo fue cubierto del sol por una sombra reflejada por aquel que había llegado con ella.

—¿Es hora de irnos? —preguntó sin alzar la mirada, en un tono suave alejando sus manos del suelo y colocándolas en su regazo.

—Pronto será medio día, el calor podría hacerte daño, Kagome —le respondió una voz que ella adoraba de manera sincera y devota, el escucharle con sincera preocupación por ella le llenaba el pecho—. Vamos con los demás.

Sonrió haciendo una mueca tierna con sus labios acatando la petición con un leve movimiento de su cabeza, sujetó entre sus manos todas las hojas y plantas que descansaban en su regazo colocándolas con cuidado en el canasto donde no cabía una hoja más, se puso de pie con facilidad llevando el cesto con ella, alzó su vista y se encontró inmediatamente con la atenta mirada dorada de su esposo, InuYasha.

—Vámonos entonces — hizo una leve pausa para sonreírle de nuevo a su compañero.

No pudo evitar reír por lo bajo cuando notó que sus palabras hicieron que su tímido esposo se sonrojara e intentase disimularlo sujetando la mano que ella mantenía libre y emprendiendo su caminata de regreso a su hogar. Ella sujetó con firmeza el cesto de plantas medicinales para evitar que se le resbalara por la acción tan tosca de InuYasha, sin evitar sentirse victoriosa al descubrir gustosa que aún tenía ese poder de abochornarlo.

Los pasos de ambos sobre el pasto y el cantar de uno que otro pájaro era lo único que se escuchaba en su caminata hacia la aldea, Kagome alzó la mirada al cielo disfrutando por un momento de sus tonalidades azules.

Solía no notarlo pero el tiempo pasaba tan rápido desde que había regresado a aquella antigua época, tan lejana a la suya, pronto se cumplirían quince meses de eso. Dirigió su mirada hacia InuYasha, él le regresó la mirada curioso por lo que fuera que estaba pasando por su cabeza, ella sólo levantó ligeramente los labios a modo de una sonrisa que marcó los hoyuelos en sus mejillas. El rostro de InuYasha se tornó de un cierto color rojo, le desvió la mirada y regresó su atención al camino a través del campo verde y despejado.

De todo ese tiempo sólo cumplía siete meses de vivir como la mujer de InuYasha —su esposa— repitió con alegría su cabeza. Al principio había sido un proceso lento, solía llorar y enojarse más de lo normal al punto de incluso buscar una pelea con su esposo como solían hacerlo cuando ella tenía quince años para así tener un pretexto para correr hacia el pozo aunque ya no la llevaba a ningún lado...quizá eso le hacía llorar aún más fuerte.

Pero InuYasha parecía comprender su duelo por despedirse de su casa, su familia, de la época en la que nació y creció, y jamás le tomó en serio sus palabras de enojo o buscó presionar su unión.

Estaba tan agradecida con él.

Estaba tan enamorada de él.

Seguían caminando en silencio, con sus dedos entrelazados cuando lo escuchó aclarar su garganta preparándose para hablar:

—Quítate ese listón.

Ella volteó hacia él sin entender aquella petición, pudo notar que él no alejó su mirada del camino ni por un instante.

—¿Qué has dicho, InuYasha? —preguntó con sincera curiosidad.

—No me gusta cómo luces con ese listón —contestó tranquila pero tajantemente sin dignarse a mirarla ni por simple cortesía.

—¿Por qué no? —trató con todas sus fuerzas no aparentar molestia o incomodidad. InuYasha pareció no notarlo.

—No pareces tú —la tranquilidad con la que se encogió de hombros mientras que aún no tenía la mínima decencia de mirarla a los ojos, de pronto le irritó.

—Ah, ya veo —se defendió no esforzándose más en disimular su molestia—. Con un peinado así me parezco a...

—No lo digas —InuYasha le interrumpió antes de que pudiese completar su frase, dignándose por fin a mirarla directamente a los ojos, detuvo tan abruptamente su andar que Kagome tuvo que concentrarse en su equilibrio para no caer al mismo tiempo que reforzó su agarre del cesto de hierbas medicinales.

—¿No es verdad? —preguntó inevitablemente irritada, frunció el ceño buscando leer la mirada de InuYasha pero este mantuvo su temple sin titubear.

—No, no es verdad —ultimó el hanyou al mismo tiempo que soltó su mano, arrojándola como si le quemara, se dio la media vuelta y continuó su marcha sin ella. Ella permaneció petrificada en su lugar, casi como un impulso que no pudo controlar sus brazos dejaron de responderle haciendo que soltara el canasto cuyo sonido fue amortiguado por el verde pastizal que cubría el suelo, todas las hierbas y flores que había recolectado se regaron bajo sus pies pero eso no le importó ni un poco.

Sintió picor en su nariz y sus ojos comenzaron a arder, pero se negaba a llorar, notó como si sus manos actuaran sin su permiso alzándose hasta su cabeza con intenciones de llegar a aquel delgado trozo de tela. Sus dedos apenas habían comenzado a halar del inocente listón cuando escuchó unos apresurados pasos dirigiéndose hasta ella.

—Señora Kagome —escuchó ser nombrada por alguien que jadeaba suplicando por aire, se volteó inmediatamente hacia la dueña de aquella voz y vio a una chica unos cuantos años más joven que ella de cabello castaño claro y ropajes típicos de una aldeana. Kagome la reconoció de inmediato.

—¿Konomi? —preguntó levemente alarmada al ver el semblante de aquella chica—. ¿Ha pasado algo?

—Es...—la muchacha jadeó tratando de recuperar aire después del maratónico recorrido que había cursado al buscar a la sacerdotisa—, es mi abuelo.

Continuará. 

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