III

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De pronto el silencio fue total. Kagome no podía ni hacer reaccionar sus pensamientos, estaba completamente en blanco, suplicó con todas sus fuerzas que sus piernas se levantaran y la pudieran sostener pero sentía que ya ni siquiera tenía un cuerpo propio.

InuYasha sintió sus orejas tensarse fuertemente al escuchar las últimas palabras del viejo antes de morir«mierda, mierda, mierda», era lo único que pasaba por su cabeza una y otra vez. El silencio que tanto lastimaba sus oídos se rompió cuando escuchó el fuerte golpe del mortero contra el suelo, la anciana Kaede lo había dejado caer sin ningún miramiento y evidentemente rendida.

La joven nieta del ahora fallecido viejo comenzó a llorar desconsoladamente al mismo tiempo que el monje Miroku juntó sus manos para dedicarle una honrosa oración al alma del anciano fallecido.

—Descansa en paz, alma inocente —murmuró Miroku con solemnidad al cabo de unos segundos de silenciosa oración, acercó sus manos hasta las sábanas que arropaban el cuerpo del anciano para cubrir el rostro y la cabeza debajo de ellas.

InuYasha trató de sentarse llevando con él a Kagome, reafirmó el agarre en la cintura de su mujer pero ella no dijo ni hizo nada, permanecía en silencio con su mano derecha cubriendo sus labios y con los ojos completamente abiertos. La nieta del anciano lloraba sin parar pero Kagome no parecía notar eso ni ninguna otra cosa.

—Kagome... —la nombró InuYasha susurrándole al oído tratando de hacerla volver del impacto en el que, al parecer, había quedado—, contéstame, Kagome.

Ella no le respondió así que soltó su cintura con la intensión de encararla pero entonces ella aprovechó para ponerse rápidamente de pie, completamente muda, y salió corriendo como alma que lleva el demonio fuera de la cabaña. InuYasha como reacción se puso de pie pero, mareado por la maldita mezcla de aromas, volvió a caer de rodillas al suelo.

Maldijo otras cien veces más y gruño al ponerse más lentamente de pie, giró su vista hacia Miroku este entendió el gesto asegurándole que se encargaría del cuerpo del anciano fallecido, entonces InuYasha salió de la cabaña con intenciones de encontrar a su mujer. Apenas salió cerró los ojos concentrando su olfato en rastrear el aroma de Kagome pero no lo detectó, no fue difícil para InuYasha llegar a la conclusión que la chica había utilizado esa tonta técnica de ocultar su esencia de la que se valían las sacerdotisas para esconderse de sus enemigos.

—Niña tonta, cómo odio que hagas eso... —maldijo en voz alta y comenzó a correr en dirección al bosque, esperando que Kagome estuviera ahí.

-o-

Esquivaba los árboles con toda la velocidad que su naturaleza humana era capaz, tratando de no tropezar con las piedras del suelo, lo hacía tan rápido como sus piernas le permitían y aún cuando estas comenzaron a doler suplicando parar no se dio permiso de hacerlo, lo único que podía escuchar era su propia respiración agitada. Parecía que escapaba pero, ¿de quién?, ¿de InuYasha o de ella misma?

Frenó de golpe cuando llegó a las orillas del río que corría cerca de la aldea, la corriente acarreaba el agua con energía provocando un sonido agradable. Cerró los ojos y permitió que aquel sonido le relajara los sentidos. Había corrido lo más rápido que había podido de su esposo pero sabía que contra su velocidad sobrehumana jamás sería capaz de ganar, fue por eso que había decidido poner en práctica una técnica de escondite que había estado aprendiendo de la anciana Kaede pero, al ser apenas una principiante, sabía que sólo duraría unos cuantos minutos al no saber utilizarla bien.

Listón [InuKag] [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora