VII

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Abrió los ojos con pesadumbre, parpadeó varias veces tratando de despabilar sus sentidos, observó a su alrededor: se encontraba en su cabaña y por el color de los rayos del sol que se colaba por las ventanas adivinó que sólo había dormido una o dos horas.

Cuando fue consciente de su propia existencia se dio cuenta que se encontraba entre los brazos de InuYasha quien respiraba lento y con calma, estaba profundamente dormido.

Trató de incorporarse lentamente haciendo el menor ruido posible pero inmediatamente sintió la mano de InuYasha posada en su cadera sujetarle con fuerza, alzó la mirada y se encontró con la de su esposo quién la veía sólo con un ojo entreabierto y arqueando una ceja, preguntándole con su gesto qué carajos estaba haciendo, ella sólo se limitó a sonreír curvando sus labios.

—Debemos levantarnos, aún hay mucho qué hacer —susurró sin bajar su sonrisa, InuYasha refunfuñó con desgana pero quitó la mano de su cadera para dejarla levantarse. Una vez de pie observó sus manos al igual que su ropa: estaba llena de barro y sangre seca, necesitaba un asearse, definitivamente.

Caminó fuera de su cabaña, ubicó justo a un lado un enorme jarrón lleno de agua limpia, se acercó a él y, con ayuda de un pequeño cuenco, lavó sus manos incluyendo sus brazos y codos. Por instinto llevó sus manos ahora limpias a su rostro pudiendo sentir como el bálsamo que InuYasha había untado en su herida ahora estaba seco y formaba una delgada costra sobre su piel, la retiró con cuidado y acercó su rostro al agua para limpiar los rastros de aquel ungüento así como los restos de sangre en su mejilla, mentón y cuello.

Notó como todo su cabello se hizo hacia enfrente al agacharse para lavar su rostro, fue sólo entonces que se diodado cuenta que ya no llevaba el listón que lo sujetaba. Comenzó a dar vueltas en su cabeza tratando de recordar en qué momento lo había perdido, ¿InuYasha se lo habría quitado mientras dormía?

Regresó su mirada hacia las mangas de su ropa notando el barro seco en estas, notó de inmediato que el resto de su vestir mostraba un escenario similar: su pecho lucía manchado de sangre mientras que en sus rodillas había el mismo barro seco que había antes en sus manos, exhaló un pesado suspiro dirigiéndose de nueva cuenta al interior de su hogar.

Al entrar notó que InuYasha seguía con los ojos dormidos apoyando su espalda contra la pared, no parecía con intenciones de hablar o levantarse. Decidida a dejarle descansar, caminó despacio hacia el rincón de su casa donde mantenía la ropa limpia y seca en un baúl mediano de madera oscura. Se quitó despacio su ropa llena de barro y ensangrentada la cual cayó sin miramientos al suelo de madera.

—Kagome —lo escuchó nombrarla justo cuando terminó de cubrir sus pechos con la tela blanca, ella sólo giró levemente su cuello para poder verlo, seguía sentado en el mismo lugar pero esta vez la veía completamente despabilado—. ¿En dónde está tu arco?

Kagome parpadeó varias veces no comprendiendo al instante la pregunta de su esposo pero pronto fue capaz de entender a qué se refería. Caminó hasta el baúl de remedios medicinales, el que estaba justo al lado de InuYasha, lo hizo a un lado con cuidado y sacó el legendario arco del monte azuza del rincón donde lo resguardaba.

—Me confié esta mañana, por eso no lo llevé conmigo —le contestó sujetando la curvatura del arma con ambas manos—. Fue por eso que Rin tuvo que llevarme uno diferente.

—Sabes que no debes separarte de ese arco, Kagome —por el tono de InuYasha parecía que todo lo que no se había enojado con ella durante el ataque de aquella araña ahora estaba apareciendo poco a poco.

—Lo sé...fue un descuido, perdóname —reconoció agachando la mirada—. No volverá a suceder, te lo prometo.

InuYasha no respondió, volvió a apoyar su espalda en la pared con desgana quizá queriendo dejar en asunto de una vez.

Listón [InuKag] [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora