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El sol del mediodía brillaba intenso en lo más alto del cielo, pero el día se sentía tan pesado y lúgubre que el día no antojaba mucho, y no era para menos, en un pueblo tan pequeño la muerte de cualquiera era tristísima, pensó el monje Miroku al tiempo que la anciana Kaede colocó un sencillo adorno de flores sobre el bulto de tierra, permanecían en un intenso silencio pues después de enterrar al anciano Ebisu todos se habían ido, incluso Konomi a quién la sacerdotisa Kaede había mandado a descansar.

—El señor Ebisu debió ser muy importante para la señorita Kikyo y para usted, ¿no es así señora Kaede? —preguntó Miroku con tacto, la veterana mujer quien permanecía de rodillas frente a la tumba no respondió de inmediato. La vio dar una última mirada al cúmulo de tierra antes de ponerse de pie con lentitud, Miroku le ofreció la mano para ayudarla a levantarse y ella aceptó.

—Crecimos juntos —se dignó a contestar por fin pero con lentitud, como si intentara escoger bien sus palabras—. Fuimos amigos desde que empezamos a caminar e incluso desde antes y, claro, conoció a mi hermana Kikyo. Al morir ella la vida de ambos se quedó en medio de un torbellino...pero me gusta pensar que siempre fuimos amigos.

A Miroku le desconcertó aquella última frase de la anciana sacerdotisa pero antes que pudiese formular nuevas preguntas sintió una corriente de escalofríos recorrer toda su espalda obligándolo a mirar con dirección a la aldea. La anciana Kaede también pareció sentirlo pues su rostro también había cambiado por uno de tremenda preocupación.

—Es una presencia maligna —comentó Miroku al mismo tiempo que emprendía rápidamente su camino de regreso a la aldea siendo seguido por la vieja sacerdotisa lo más rápido que podía.

-o-

Uno de los aldeanos hizo sonar la campana que alertaba a todos del peligro, el fuerte golpeteo del metal y los gritos de los hombres a su alrededor le hizo despertar de su asombro y corrió hacia el grupo de aldeanos que buscaban un lugar para ponerse a salvo.

—¡Quiero a todas las mujeres y los niños reunidos en una sola cabaña! —ordenó Kagome dispuesta a imponer orden. No fue necesario repetir sus palabras pues, con ayuda de los hombres de la aldea, las mujeres fueron puestas a salvo junto a sus hijos en una de las cabañas más alejadas de todas las demás. Los aldeanos corrían en todas direcciones, comenzaron a armarse con lanzas y espadas cortas fue entonces que Kagome se dio cuenta que estaba desarmada.

—¡Señora Kagome! —escuchó la voz de una joven chica muy conocida para ella, se dio la media vuelta y vio a ya no tan pequeña Rin correr hacia ella con un arco y un carcaj con flechas para ella, también vio acercarse hacia ella a su amiga Sango cargando su confiable boomerang Hiraikotsu. Cuando la joven de cabello oscuro llegó hasta ella, jadeando por haber corrido, le extendió el arma—. Lo he traído de la casa de la señora Kaede.

—Muchas gracias, Rin, ahora ve a ponerte a salvo —le ordenó tratando de permanecer tranquila a pesar de que la tierra había comenzado a temblar de nuevo. Recibió el carcaj con flechas acomodándolo velozmente en su hombro, después recibió el arco.

—Le he dicho a Shippo que cuide de los niños en mi casa, ve hacia allá, Rin —complementó Sango apenas llegó junto a Kagome y Rin—. No salgan hasta que nosotras vayamos por ustedes.

La joven de grandes y expresivos ojos asintió con un movimiento de cabeza y comenzó a correr lo más rápido que pudo en la dirección por la que Sango había venido. Apenas la menor se fue Sango se colocó a la derecha de Kagome, ambas empuñaban sus armas a la expectativa sin apartar su mirada de las montañas. Un nuevo temblor cimbró la tierra bajo sus pies.

Listón [InuKag] [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora