Mi propio abandono.

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Tenía que pasar.
Algún día tenía que mirarme al espejo y aceptar mi colmillo torcido,
la cicatriz de mi rodilla izquierda de aquella vez que me desmayé,
la peca en el dedo índice de mi mano con la que aprendí que estaba mal señalar.
Tenía que asimilar la caída como sinónimo de aprendizaje,
y entender que el aterrizaje
siempre
es de emergencia
porque siempre querré volar.
Convivir con la mancha de nacimiento de mi ombligo,
con el intento continuo de querer engordar y que mi cuerpo no quiera.
Permitirme bailar descalza
e ir despeinada a una fiesta a la que no esté invitada.
Ayudarme a seguir el camino incluso cuando las huellas parecen tener los signos de un asesinato,
y ser la cómplice de mi locura siempre que conlleve una sonrisa.
Así que sí,
hoy me perdono.
Hoy me quiero,
me hago el amor,
hoy me enredo,
me abrazo
y me digo que,
quizás,
lo que me hacía sentirme tan débil
y me ponía tan triste,
era mi propio abandono.

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