Capítulo uno: La cárcel

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 ''No hay mal que por bien no venga... a menos que seas una bruja''

(Por Catherine)

Aún recuerdo cuando era joven y delgada. Siempre estaba esperando. Justo ahora no sé exactamente qué era lo que esperaba, pero sí que siempre estaba ansiosa y previniendo algo. Tal vez un gesto, una palabra, una persona, o una oportunidad.

Desde que ya no soy tan delgada pero sí un poco más adulta (y madura, supongo), no espero nada en general. De esta forma me ahorro algunas desilusiones. Sin embargo, todavía hay lunes en los que que espero noticias; entonces todo ese arte zen que cultivé concienzudamente durante el fin de semana se va a la basura, y se me desalinean los chakras, y se me altera el chi.

El punto es que desde el viernes pasado sabía que hoy iba a ser uno de esos lunes ansiosos, y por lo tanto me dediqué a construir una atmósfera zen, que traducido al español, significa comer bien, hacer ejercicio y pagar la mensualidad del netflix. No obstante, me daba la impresión de que ni siquiera las tres temporadas que tenía previstas para la tarde del domingo servirían como amortiguador de lo que acontecería más adelante.

Asomé mi cara por el retrovisor. El furioso viento se escurría entre las copas de los árboles, provocando que las sombras de éstos lucieran aún más tenebrosas bajo la luz de la luna. Una de esas bravas brisas azotó la ventana del auto con fuerza, logrando así que un escalofrío recorriera mi columna. 

Mordiendo el interior de mi mejilla, me dejé caer en el asiento de cuero. Los continuos golpes que sufrían las ruedas al pasar por aquella carretera agujerada y recubierta de una película de humedad ya habían comenzado a molestarme. Si seguían así, acabaría teniendo una jaqueca tan memorable que la transmitirían en el noticiero de la mañana siguiente. 

Lo peor de todo era que mientras yo sufría una dramática muerte en el asiento trasero del auto, Beaufoy, el chófer que la institución nos había proporcionado, tarareaba alegremente la melodía de My Humps, sacándome completamente de quicio. Y es que ya podía imaginarme el titular de los periódicos: 

''Joven pelirroja fallece debido a un colapso cerebral y sus familiares se dan cuenta dos días más tarde''.

Revisé mi reloj. Llevábamos aproximadamente catorce horas en la misma situación; conduciendo a ciegas por una desolada carretera que, según mi hermana Evelyn, nos llevaría al castillo de Witch Academy en menos de lo que tardaba en cantar un gallo. Sin embargo, hasta ahora no habíamos hecho más que conducir sin rumbo alguno por un deprimente bosque camino a quién sabe qué. 

Miré hacia afuera con desesperación. Por un segundo, se me ocurrió saltar y morir asesinada por una manada de lobos hambrientos. No obstante, antes de que yo pudiera concluir en si la tentadora idea del suicidio me favorecía o no, nuestro auto salió disparado de aquella carretera olvidada por Dios e hizo unas cuantas vueltas antes de detenerse frente a un oxidado portón de hierro, el cual daba paso a un pequeño puente.

Beaufoy se acercó a su ventana y marcó un código en el teclado que apareció a su lado, y en seguida el portón se deslizó hasta abrirse. Entonces el auto continuó por el camino rocoso para finalmente detenerse en unas gigantescas puertas de madera, acompañadas por varias antorchas que se alzaban a los lados de éstas.

La respiración se me cortó un segundo. Delante de nosotros se extendió, en toda su espectacularidad, un castillo que contaba con más de cinco torres de apariencia infinita, delgadas y acabadas en forma de aguja. Todas ellas se perdían entre las nubes aquella noche tan tormentosa, pero sólo una: la central, parecía alcanzar las estrellas, rasgando el cielo e iluminando la noche con su majestuosa presencia de titán. 

Crónicas de una bruja poco convencionalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora