''El pecado es malo, de ello no hay duda, pero eso no impide que lo consideremos divertido''
Después de dar vueltas durante hora y media por los alrededores de aquel oscuro bosque sin resultado alguno, Catherine empezó a experimentar las primeras sensaciones de decepción. Ella tenía bien claro que de esa manera no lograría llegar a ningún lado, y ya había comenzado a cuestionarse el por qué de su escape.
Ningún insecto había conseguido picarle, pero la extrema humedad que desprendía aquel lugar era más que suficiente como para que toda una aldea de ronchas se acomodara en la parte baja de su nuca. Se rascó fuertemente aquella zona, tratando de aliviar un poco la picazón, pero tal acto de nerviosismo lo único que logró fue que ésta aumentara.
Trató de no pensar en la mala suerte que la venía acompañando desde hacía ya mucho rato y continuó caminando, sintiendo el frío aire chocando contra su cara.
Suspiró frustrada. El paisaje había cambiado considerablemente durante las últimas horas de viaje, pues los magníficos bosques verdes y campos florales habían quedado atrás, dejando al descubierto una naturaleza salvaje y descontrolada que, mezclada con lo difícil que se le hacía caminar por encima de la grama y la nieve con aquellas zapatillas de tacón, no lograba más que complicar su avance.
Catherine tuvo que detenerse en seco al ver cómo la rama de un árbol quedaba atascada entre los botones de su preciosa chaqueta de cuero negra y casi terminaba por descoserla, evitando así que pudiera continuar.
Resopló furiosa, las cosas no podían ir peor.
Se inclinó hacia el otro extremo de la chaqueta e intentó liberar los botones sin mucho éxito, por lo que optó por quitársela. Estando ya fuera de ésta siguió con su pequeña tarea, pero casi tuvo que pararse a llorar en cuanto vio cómo la tela de sus guantes se quedaba enredada junto a su abrigo.
Sofocó un sollozo que amenazaba con escapar de sus labios y también se quitó los guantes.
En eso, oyó la voz de otra persona a unos cuantos metros del lugar en donde ella se encontraba y, presa del pánico, su primera reacción fue huir, aunque lo único que consiguió fue tropezarse, para que más tarde su cuerpo cayera en redondo sobre la grama.
Catherine soltó un pequeño quejido y terminó quitándose también las zapatillas que tanto le dificultaban el caminar. Luego, apoyándose en un tronco que allí había, se levantó del suelo y volvió a ponerse de pie.
Sintió el latido de su corazón acelerarse, los sonidos se hacían cada vez más fuertes.
Estuvo a punto de salir corriendo despavorida de aquel sitio cuando un inesperado azote aterrizó sobre su trasero. Ésta chilló sorprendida y trató de voltearse para soltarle un improperio al dueño de esa mano, pero tuvo que contener la diarrea verbal al sentir cómo diez firmes dedos se posaban sobre su cintura, atrayéndola a un cuerpo grande y fuerte que hizo que Catherine jadeara involuntariamente.
Una ronca voz salió de entre las sombras.
—¿Quieres tener un poco de diversión, preciosa?
Catherine sintió que su estómago se revolvía, mientras el sudor de sus manos crecía cada vez más gracias a los nervios que la embargaban.
No supo cómo responder, aunque realmente ¿Qué se podía decir en una situación como esa?
Mordió ligeramente sus labios. Lo único que podía agradecer de todo aquello era el aliento tibio que corría por su irritado cuello descubierto. Por suerte se había quitado las zapatillas, pues de lo contrario estaba segura de que se habría vuelto a caer de culo.
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Crónicas de una bruja poco convencional
FantasySon muchas las leyendas que se cuentan sobre las brujas: verrugas horribles, escobas voladoras, gatos negros que las rondan, y hasta oscuros pactos con el diablo. Sin embargo, las verdaderas brujas no tienen la piel verde o la nariz encorvada; ellas...