"Tengo miedo de cerrar mis ojos, tengo miedo de abrirlos"
Catherine estuvo tratando de localizar la rubia cabellera de Savannah por alrededor de media hora sin obtener demasiados resultados. Fue entonces cuando la bruja comenzó a titubear. De todos modos ¿Qué sentido tenía perseguirla? No es como si la fuera a saludar.
Sin embargo, incentivada por la duda, Catherine decidió seguir caminando entre aquella espesa masa de gente e ignorar las preguntas que habían empezado a sembrarse en su cabeza.
Cuando por fin logró dar con su objetivo, quien acompañada de dos gigantescos hombres que la sujetaban por los brazos, atravesaba el umbral de una puerta que se encontraba al fondo de un pasillo, la pelirroja apresuró el paso.
Se tropezó con dos o tres mujeres que la miraron con desdén en el camino, pero esto no la detuvo y consiguió llegar hasta la portezuela, que para su suerte se hallaba entreabierta y, según lo que alcanzaba a ver, llevaba a alguna clase de oficina o despacho.
—Ya os he dicho que no tengo ni idea de quién me estáis hablando —oyó cómo se quejaba Savannah al otro lado del umbral.
Los gorilas que la acompañaban la obligaron a sentarse en un sillón situado perpendicularmente a la puerta y, con una violenta bofetada que le volteó el rostro, la mandaron a callar.
Catherine estrechó los ojos y observó con más detalle a la rubia, sólo para cerciorarse de que realmente era ella. No bstante, estaba totalmente segura de que sí, y es que a pesar de que su cabello había perdido parte del brillo que lo caracterizaba, la perfectamente bien esculpida silueta de Savannah Thompson le era inconfundible, al igual que la belleza de sus facciones. Catherine no pudo evitar que aquel viejo sentimiento de envidia la invadiera al contemplar de nuevo su esbelta figura.
Ella, que era una mujer de contextura gruesa por naturaleza, jamás lograría tener el cuerpo de modelo con el que siempre había soñado.
—Oh, vamos Anna —habló entonces alguien en el que Catherine no se había fijado hasta ahora, quien se encontraba sentado con espectral elegancia en la esquina de un escritorio que había en el fondo de la habitación.
Castaño y de ojos azules, aparentaba unos cuarenta años, pero por la sabiduría que reflejaba su mirada, éste debía tener muchos más.
—De nada sirve que nos mientas. Justo ahora puedo escuchar cómo cada uno de tus nervios se retuerce. Por una vez, dime la verdad y te prometo que nadie saldrá herido. O al menos no demasiado.
Savannah bufó despectivamente al tiempo que se cruzaba de brazos.
—Como si vosotros pudierais hacerme algo a mí.
—Oh, mia cara Valkyrie —se carcajeó el hombre con sarcasmo—, tan hermosa, y a la vez tan tonta. Habla, créeme que te conviene.
—¿De qué os serviría esa información?
—¿De qué no me serviría? —preguntó él en respuesta—. Sin embargo, aquello es algo que no te incumbe en lo absoluto.
—Pues no hay trato —sentenció ella con escepticismo—. Ci vediamo, tesoro[4]
Savannah se levantó de su asiento dispuesta a marcharse, y Catherine, a su vez, se preparó también para abandonar el lugar.
No había terminado de darse la vuelta cuando el sonido de un grito ahogado la frenó en seco.
—Qué lástima me da el desarrollo de los acontecimientos, era una donna molto bella[5]
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Crónicas de una bruja poco convencional
FantasiaSon muchas las leyendas que se cuentan sobre las brujas: verrugas horribles, escobas voladoras, gatos negros que las rondan, y hasta oscuros pactos con el diablo. Sin embargo, las verdaderas brujas no tienen la piel verde o la nariz encorvada; ellas...