Capítulo doce: Comida para gatos sabor a ratón

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''La normalidad es tan sólo una ilusión. Aquello que es normal para la araña significa caos para su presa''.

(Por Catherine)

Al menos nos ha dejado las hamburguesas.

Mi fierecilla se encontraba sentada en posición fetal al tiempo en que devoraba una diminuta hamburguesita con su igual de diminuta boquita. Ella lucía hambrienta, mugrosa y despeinada; como alguien sin hogar al que un alma muy caritativa le ha cedido su almuerzo. Me preguntaba si yo también luciría así.

Lo harías si te dignaras a comer.

Bajé la vista hacia la bolsa del McDonald's y mi estómago rugió. Tenía hambre, pero la inexplicable preocupación que me producía haber sido abandonada por Jackson me impedía probar bocado. Sentía que si ingería la comida sumamente grasosa que éste me había facilitado vomitaría.

Que jodan a Jackson; mascullaba la fierecilla entre dientes. Sus mordidas se volvían cada vez más salvajes conforme su aversión hacia el vampiro regresaba. Deberíamos vomitar sobre su cadáver cuando muera.

—Él ya está muerto —susurré inconscientemente.

Touché.

Reí tenuemente. Resultaba hilarante que yo me encontrara sentada frente a la cueva del lobo, mientras Tiberious y todos sus secuaces ideaban docenas de maneras distintas para entregar mi cabeza junto a la de mis hermanas a Edward como regalo de navidad. No obstante. ahí estaba yo, sin saber qué demonios hacer por mi patética vida a la vez que mantenía una estúpida conversación conmigo misma para así evitar perder el auto control.

Mi fierecilla resopló burlona.

Nuestro auto control se fue a la basura desde el momento en el que pisamos Witch Academy.

Exhalé profundamente al reconocer que lo que ella decía era verdad.

En eso, las pisadas de alguien resonaron con fuerza, golpeando las losas de piedra y llamando mi atención. La última cara que yo hubiera esperado ver apareció ante mí.

—Creo que he visto a un lindo gatito.

Stephen lucía magnífico bajo la luz solar, con aquellos ojos de tigre y los pómulos bien pronunciados, la nariz recta y el mentón perfectamente perfilado.

—¿Cómo sabías que estaría aquí?

—Créeme, no ha sido tan difícil ­—dijo sentándose a mi lado en la banca—. Sólo he tenido que mirar a través del ojo de la puerta.

Apreté los labios. Esperaba que a Jackson no se le hubiera ocurrido tal cosa, de lo contrario me sentiría aún más patética.

Stephen rió con recelo.

—No lo creo. La última vez que lo vi estaba bien acompañado.

Mantuve la vista baja.

—No es justo que puedas leer mis pensamientos.

—Tampoco es justo que tú no seas capaz de decir lo que piensas.

—¿Y qué te hace pensar que quiero hacerlo?

El rubio me miró consternado.

—Todos queremos ser libres de decir lo que pensamos —dijo como si se tratara de una verdad universal—. Simplemente no lo hacemos por temor a ser juzgados.

—Hay ciertas cosas que es mejor callar —repliqué sosteniendo con fuerza mi mochila.

Stephen se quedó en silencio un minuto, pero pronto recuperó el satírico dialecto que lo caracterizaba.

Crónicas de una bruja poco convencionalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora