Durante casi cinco largos años, agradecí al cielo el día que te conocí, Abel. Lo hice incluso cuando los problemas, las discusiones y los gritos eran nuestro diario vivir.
Pero hoy no. Hoy maldigo aquel momento. Hoy maldigo haber salido aquel día. Hoy maldigo no haberme quedado en casa haciendo cualquier otra cosa, como siempre solía hacer.
Hoy visité aquella sala de juegos en la que nos conocimos. Recordé lo atractivo que me pareciste, y los intentos de mis amigas por acercarme a ti. Ellas querían verme feliz, y aunque yo les decía que no necesitaba de ningún hombre para serlo, ellas insistieron en que lo intentara. Nadie estaba diciendo que me casaría contigo, ni que tendríamos hijos. Sólo sugerían que me acercara a ti.
Y yo, que siempre había sido una tímida de primera categoría y tardaba semanas en entrar en confianza, me atreví a hacerlo.
Dios, recuerdo que aquello fue demasiado fácil. Fue realmente fácil hablarte y continuar nuestra conversación, Abel, ¿lo recuerdas? Me asombraba el verme hablar tan afablemente contigo. Lo tomé como una buena señal.
Tenía solo dieciocho años, pero mi madre solía decir que en mi pecho habitaba el corazón de una vieja, siempre pensándolo todo dos veces, siempre hablando de mi futuro, de cómo las decisiones que tomara me afectarían siempre, de cómo tenía que ser mi vida.
Pero bajé la guardia contigo, Abel. Por primera vez, esa noche decidí que mi corazón tomaría las decisiones. Que sería un poco emocional y no tan racional.
Desearía no haberlo hecho.
A veces me pregunto si lo planeaste todo, si planeaste cada palabra, cada gesto, cada pequeño detalle que, esa noche, me hicieron querer un segundo encuentro, porque no hallo otra manera de explicar cómo pasaste de ser aquel muchacho encantador, a ser el hombre que tanto me lastimó.
Pronto fue el momento de irme. Mis amigas estaban felices de verme siendo tan... normal. Y yo estaba feliz de habérmelo permitido. Cuando estaba a punto de irme, me pediste que aguardara un segundo, e intercambiamos números. Yo, que solía dictar de forma errada el último digito, decidí que contigo no lo haría. Decidí que nos permitiría saber a qué nos llevaba todo eso.
Nunca imaginé que la respuesta sería tan amarga.
Por mi mente jamás pasó la idea de que todo acabaría tan terriblemente mal, Abel. ¿Notas cómo siempre creí en ti? ¿Notas cómo siempre confié en ti, incluso con unas pocas horas de conocerte? ¿Por qué eso jamás te dijo lo mucho que te amaba, lo mucho que siempre quise tener algo contigo? ¿Por qué eso no fue motivo suficiente para detener esa caída libre a la que tú nos condujiste?
También recuerdo —muy claramente—, lo pendiente que estaba de mi celular, siempre a la espera de tu llamada, pero no lo hacías. Eso me llevó a preguntarme si, tal vez, yo no te había gustado tanto como tú a mí. Recuerdo que pensé en que tal vez debía dejarlo pasar. Pero mis amigas me convencieron de lo contrario, aseguraron que habían visto chispas entre nosotros. Y lo creí.
Y yo, que en esos momentos tenía claro que hombres y mujeres podían jugar distintos roles, me recordé que estábamos en pleno siglo XXI, que yo podía llamarte a ti. Así que lo hice.
¿Te das cuenta que, cuando se trataba de ti, siempre hacía lo contrario a lo que estaba acostumbrada? A veces pienso que cavé mi propia fosa, que yo solita me metí en la boca del lobo.
Contestaste al tercer timbrazo, y tu voz sonó emocionada al escucharme: recuerdo lo rápido que latió mi corazón al notar aquello, y lo tomé como una buena señal.
A partir de ese día, hablábamos cada noche, y solíamos encontrarnos a tomar un café, un helado, o ir al cine. Disfrutaba cada momento a tu lado, y eras encantador. ¡Dios!, de verdad lo eras. Mi imaginación nunca exageró nada, Abel. Aún el día de hoy, sé que jamás exageré lo que veía. ¿Qué pasó con ese hombre?
Pronto nos volvimos inseparables, y unos cinco meses más tarde, me besaste. Sentí tanto con ese beso, tantas cosas que no había sentido, que creo que fue justo ese el momento en que me enamoré. Tus detalles aumentaron, y yo sentía que tanta dicha algún día haría estallar mi pecho.
Nada me preparó para el dolor, Abel.
Nada me preparó para los que serían los cuatro años más tomentosos de mi vida.
Camila.
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Cada esquirla ©
Short StoryRecopilación de cartas que cuentan la historia de un desamor. Concurso "Las últimas cartas cartas a mi amor" Equipo 2: En mil pedazos. Juez: @abrilfanara