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Esta es la Última carta, Abel. Hace más de un año que no te veo. Hace poco supe que no haces más que beber. En otros tiempos me habría preocupado por ti, pero ya no. Si quisiste destruirme, ¿qué más me da que te destruyas tú mismo?

Todas estas cartas me han servido para recordar lo mucho que me hiciste sufrir, y también lo mucho que te amé. Estas letras me han recordado quién soy, quién fui, y quién nunca volveré a ser.

Me dejaste en mil pedazos, Abel, en pequeñas esquirlas. Pero he aprendido a reconstruirme, a pegar cada una de mis piezas. Y hoy soy mucho más fuerte de lo que alguna vez fui.

Hay heridas que sé que jamás cicatrizarán, pero estoy dando todo de mí por hacer de cada una de ellas, marcas de guerra de las que me sienta orgullosa: sobreviví a ti, sobreviví a tu odio. Te dije que algún día lograría arrancarte de mí, que lograría levantarme.

Hoy es ese día. Hoy tú caes, Abel.

Hoy sé que merezco más, que siempre merecí mas. Hoy tengo la certeza de que habrán otros hombres que me amarán de verdad, que me amarán bien. Y no pongas esa sonrisa irónica: si jamás llega uno, siempre me tendré a mí misma, para decirme frente al espejo que soy hermosa, y que muy pocos me merecen. De igual modo, sé que no encontrarás una mujer dispuesta a amarte como yo lo hice.

No puedo borrar el pasado, Abel, y no necesito hacerlo. Todo lo que viví contigo me demostró cuán fuerte soy, y cuánto merezco. Hoy tengo la certeza de que más nunca me volveré a perder a mi misma, que siempre me pondré por delante.

Hoy tengo la certeza de que soy más de lo que siempre creíste.

Camila.

Cada esquirla ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora