Tu visita a las celdas no duró mucho tiempo. A los tres días de lo sucedido me enteré que estabas fuera. Debo decirte que me sentí defraudada. Estabas libre solo porque no habías logrado violarme. ¿Se supone que debería haber sucedido para, finalmente, librarme de ti? Es injusto.
Con el paso de los días me permití salir a algunos lugares cerca de casa, pero algo en mí ya había cambiado. No era la misma de antes, y jamás lo sería de nuevo. Amaría tener la posibilidad de volver el tiempo atrás y no haber hablado contigo en primera instancia, pero eso ya es imposible. Mi corazón jamás había sentido odio, pero eso era lo único que albergaba por ti: un odio creciente. Allí había ido a parar todo el inmenso amor que te tenía.
Recuerdo que comencé a temerte. Nada me aseguraba que jamás intentarías culminar aquello que no hiciste en mi habitación, ¿cierto? Y ese miedo se volvió más latente cuando salía. Me perseguías, ¿recuerdas? Ibas a todos los lugares a los que yo iba, y pronto me encontré sin poder caminar dos calles sin mirar atrás cada pocos pasos, pues sentía que en cualquier momento estarías respirando justo sobre mi nuca.
Con el paso de los días ni siquiera te molestabas en ocultarte. A veces salías y me gritabas que algún día regresaría a ti, que un día estaría suplicándote en la puerta que me dejaras entrar nuevamente. Algunas personas me defendían de ti, pero eso no me hacía sentir más segura. Sentía que cualquier día podías acorralarme en algún lugar lejos de la gente, ¿y entonces qué? ¿Me violarías? ¿Me maltratarías nuevamente? ¿Me asesinarías, Abel? Yo había desperdiciado cuatro años de mi vida por ti, pero no permitiría que acabaras con ella. Ya estaba suficientemente rota por ti, un ser despreciable. Ya estaba suficientemente dañada por un viejo amor del que había salido con muchas señales de guerra.
Y aunque había un papel que te obligaba a estar lejos de mí, él no me serviría de escudo para protegerme de ti, y supe que era momento de ponerte un alto.
Una tarde te acercaste a mí y empezaste a gritarme. Estaba completamente segura que tu retahíla no era muy extensa, jamás habrías imaginado que me quedaría a escucharla. Así que eso fue lo que hice. Me giré, y te permití vociferar tanto como quisieras. En cuanto viste que no huía, y que no mostraba señales de temor, callaste y te reíste.
Yo me acerqué a ti, y te enfrenté. No siempre habría alguien para defenderme, y era momento de que yo misma lo hiciera, de que fuera mi propio héroe. Las palabras que te dije se han ideado grabadas con fuego en mi memoria.
"No hay nada que puedas hacer ya para lastimarme. Permití que lo hicieras en el pasado, pero eso se acabó, Abel. En mi corazón no existe nada más que odio por ti y por el infierno que me hiciste pasar. Me volviste inmune al dolor, y puedes hacer todo lo que se te dé la gana, gritarme todo lo que quieras, pero será como si las palabras las lanzaras al vacío. Tú voz ya no tiene el filo suficientemente fuerte para herirme"
Pocos creerían que eso bastó para detenerte, pero lo hizo. Jamás imaginaste que me enfrentara a ti. Pero yo te había quitado el velo, Abel: eras un monstruo, y solo te alimentabas de mi miedo.
Sin mi temor, eras nada.
Camila.
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Cada esquirla ©
Short StoryRecopilación de cartas que cuentan la historia de un desamor. Concurso "Las últimas cartas cartas a mi amor" Equipo 2: En mil pedazos. Juez: @abrilfanara