28/12/15
Querida Diana,
Hoy me dejaste plantado. Y me dolió porque me había costado mucho reunir el valor suficiente para invitarte, para hacerme notar en tu vida.
De las ocho de la noche hasta la medianoche me quedé esperando; la champaña se calentó, las velas se apagaron, el mesero se apiadó de mí y no me quiso cobrar. Igual, pagué. Hice un triste espectaculo, y, ¿Sabes? Creo que me siento terriblemente mal.
Fui a mi estudio y bebí como cosaco. Jamás lo había hecho. Odiaba la bebida, pero la encuentro como mi único refugio. Ahí me quedé hasta las cinco de la mañana. Borracho, sucio y sollozando me fui a acostar. Tú dormías placidamente en nuestro lecho. Sonreí con torpeza tragando mis lágrimas, y colocando mi mano en mi boca para acallar mi llanto. Me pregunté a que hora te habría soltado Puckerman. Pero me pregunté, ¿Cómo podías seguir viendote más linda dormida que despierta?
Me tumbé, hundiendo mi cara en la almohada.
Tú despertaste.
— ¿Pete? —Maldije.
— ¿Me necesitas, Diana? —Respondí, apretando la mandíbula para evitar soltar un alarido de dolor.
—Perdóname por no haber ido, Pete. Pero tuve una pelea en un centro comercial y me retuvieron por varias horas. Intenté llamarte pero me confiscaron el celular —Me abrazaste por la espalda—, ¿me perdonas, Pete?
Sí, te perdono todo, pero vuelve a ser mi estrellita.
—Sí, está bien...Est...estrellita —mi voz se cortó, fue inevitable. Tú no sabes que has sido mi única vida desde que escapé de mi familia. Tú no sabes que eres el ángel que me rescató de la muerte, y sólo me diste vida para matarme tú misma.
— ¿Estás bien, mi amor?
No, estrellita. No lo estoy.
—Sí, cariño, duerme.
—Hueles a whisky —besaste mi mejilla, y me morí en ese instante—. Ocurre algo, dímelo, mi vida. —me abrazaste más fuerte y por un instante creí que me curarías y armarías de nuevo.
—Sólo...tengo insomnio —mentí.
—No me gusta verte así, Pete. Tú jamás bebes.
Entonces, deja de asesinarme, mi vida.
— ¿Sabes que me hará sentir mejor? —susurré, girándome un poco para encontrarme con tú cara; tus facciones se veían más hermosas y dulces a la luz del amanecer. Sonreíste afable.
— ¿Qué? Haré lo que sea por ti, lo sabes —besaste mis labios, y te creí.
—Cántame para dormir, por favor —murmuré contra tu boca. Tú asentiste, y acariciaste mi mejilla. Oh por dios, era todo tan perfecto de no ser por qué...
—Sigues siendo un niño, Pete —me abrazaste, y recargaste tú cabeza contra mi pecho—. ¿Qué desea mi señor escuchar para entrar en su profundo letargo?
—Coldplay, sí no es mucha molestia —cerré los ojos, y te abracé con fuerza contra mí. Tú piel suave, estaba fría, pero tú presencia me daba calidez y fuerza. No podías engañarme. Tú no tenías la culpa, sino el estúpido ese de Puckerman.
Comenzaste a cantarme, y sonreí. Recordé cuando te conocí. Cuando eras una chica tímida que soñaba con ser cantante. Nos casamos, y te apoyé en tu sueño pero decidiste desertar y sólo cantarme a mí. Me cantabas en la hora del desayuno, y a la hora de dormir, y me fascinaba oírte. Habían pasado varios años, desde la última vez que me habías cantado, pero sigues cantando igual de hermoso cariño. Estoy orgulloso.
Me dormí apretándote con fuerza. Con miedo de que te arrancaran de mis brazos, y preguntándome sí... Sí también le cantabas igual de lindo a él.
Saldremos adelante, yo lo sé.
Con amor,
Peter.
PD: Yellow sigue siendo mi canción favorita.
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Promesas rotas.
Short Story«No puedo creer que me hayas decepcionado. ¿Lo peor del caso? Es que entre las sombras, seguiré siendo tú tonto» Tras casi diecisiete años, el matrimonio de Peter y Diana siempre fue de ensueño; todo aquel que les conociera aseguraría ciegamente que...