El agua caía y las gotas empapaban la ventana de la obscura habitación de Rubén. Había llegado de la escuela junto con su madre, jamás hablo y su mama no quiso cuestionarle nada. Tampoco el porqué habían varias ambulancia alrededor del colegio. Yener había sido una perdida y no podían creer como fue que su cuerpo estallo contra la pared así, de la nada.
Rubén lo sabía, y cada vez que recordaba, una lágrima corría por su mejilla. Ya lo había hecho una vez, no quería hacerlo otra vez. La tarde se hizo larga, y Rubén permanecía quieto mirando por aquella chica ventana donde podía ver el jardín trasero. La lluvia no paro, como sus lágrimas al caer.
— ¿Estás Bien? —escucho el pequeño murmullo de su madre detrás. Negó sin mirarla.
No podía con la culpa, el jamás quiso dañarla—Tu maestra hablo, Dice que mañana no habrá colegio... Por la muerte de tu compañera—explico acercándose hasta Rubén.
Toco su hombro pero rápidamente su mano se levanto hacia arriba, sacándole un suspiro agitado—No me toques—Murmuro con la voz ronca y temblorosa.
Bente tembló levemente y decidió salir, porque, aunque no lo quiera admitir, Rubén le llegaba a dar miedo. Era su hijo lo entendía, pero acababa de matar a una chica inocente que había tratado de defenderlos. Estaba acabado.
—Te quiero—murmuró su madre desde la entrada. Rubén no respondió y se dedico a mirar por la ventana toda la noche.
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— ¡Hola señora Doblas! –Saludó Miguel en la entrada de su casa— ¿Puedo pasar? –Bente se sorprendió por la alegría que el chico traía consigo—, soy amigo de Rubén.
—Amigo...? —susurró tratando de comprender lo que estaba pasando—. Claro, pasa.
Miguel entro mientras miraba todo curioso. Sintió sus ánimos bajar al instante al ver el color gris que adornaba toda la casa, no había color, no había una pisca de felicidad. Su madre siempre le había dicho que los colores traían buena vibras. Pero luego de ver el color gris opaco de los muebles y paredes su ánimo cambio.
—Rubén... Rubén está arriba—susurró nervioso Bente, noto el ánimo cambiar en el rostro del pelinegro. Miguel asintió caminando por las escaleras, subiéndolas tratando de no hacer ningún ruido.
Un escalofrió recorrió su cuerpo al abrir la puerta de la habitación de Rubén. No había nada, solo una cama y una colcha negra. Lo miro, pegado a la ventana sentado en un pequeño banquillo. Su cabello castaño opaco sin nada de brillo y su ropa, la misma de ayer.
— ¿Rubén? —preguntó pasando saliva—, Estas... ¿Bien?
— ¿Qué demonios haces aquí? —se giro mirándolo. Sus ojos verdes, totalmente rojos y más obscuros de lo normal—. Lárgate Miguel.
— ¡Espera, Rubén! —Su cuerpo se congelo, no podía moverse, ni un solo músculo, casi como si se hubieran dormido todas las partes de su cuerpo. Su respiración se agito, y sus ojos se llenaron de lágrimas. Temía el ser arrojado como había pasado anteriormente con Yener— ¡Para! Me estas asustando...—Pidió tratando de moverse.
—Vete entonces—dijo con la mirada fija en el cuerpo del pelinegro—, por tu bien—su cuerpo se movió dejándolo libre.
Miguel camino hasta el mientras su cuerpo temblaba pero no se detuvo, quiera ayudarlo aunque el miedo le consumiera. El mismo se repetía que se alejase, que saliera corriendo de aquella casa, pero su mente decía lo contrario—No quiero—susurró a su lado, evitando el contacto visual con el castaño.
Rubén abrió los ojos sorprendido. Todos lo rechazaban y corrían espantados al ver el "poder" diabólico que poseía. Ahora este chico pretendía quedarse, aun al ver lo que podía hacer con su mirada.
—Eres como yo... Como cualquiera—habló Miguel tomando las manos de Rubén entre las suyas—. No tengas miedo... Recuerda...
—El miedo es mi peor enemigo... Lo sé—concluyo la frase Rubén sonriendo tímidamente—. Porqué... ¿Por qué tu no huyes como los demás?
—Porqué... realmente quiero ayudarte—Sonrió dando una tierna mirada al ojiverde—, me has caído muy bien.
Rubén lo miro por unos segundos, tratando de averiguar si era una broma o realmente era real. Pero no encontró nada, solo una mirada tranquila. Sonrió y abrazo al chico de gafas frente a él.
—Gracias.
{*}
Eran las 12pm cuando Rubén despertó por los contaste sollozos de su madres y los odiosos gritos de su padre. Sus lágrimas salieron en cuanto bajo las escaleras mirando el cuerpo de su madre Bente, en el suelo y una marca morada en su mejilla. Su cuerpo tuvo un fuerte mareo, casi con ganas de caer al suelo.
—Rubén, ve a tu habitación—habló con la voz ronca Sebastián, mirándolo con odio—, Rápido.
—Hazle... Hazle caso a tu padre—susurro con las lágrimas resbalando de sus mejillas, Bente.
No podía ver tan indefensa a su madre, estaba cansado de sus peleas constantes. Su padre jamás estaba y su madre pasaba casi toda la tarde llorando. Sintió sus ojos arder y por un momento tuvo la idea de defender a du madre, eso haría.
—No—se acerco a su madre en el suelo, arrodillándose frente a ella y apretando los puños grito—, ¡Basta de pelear!
—Tú no me dices que hacer, lárgate ahora mismo—levanto la mano en puño golpeando la mejilla de Rubén, haciendo que cayese al suelo a un lado de su madre. Estaba borracho—, y tu zorra... Me las vas a pagar—jalo su brazo con fuerza empujándola contra la pared de la entrada a un lado de puerta.
— ¡Basta! —gritó Rubén aun en el suelo. Su cabeza dolía y las lágrimas no paraban de salir de sus ojos—, ¡Por favor, Papa!
Un golpe en la mejilla, seguido de otro y finalizando con una patada en el estomago de Bente, obligo a Rubén enojarse de una manera sobrenatural, poniendo a su cuerpo temblar— ¡SUELTALA! —gritó tan fuerte que su garganta dolió por unos segundos. Levanto su mano, y con los fuertes gritos en su interior, el cuerpo de Sebastián, se elevo en el aire completamente paralizado. Sus ojos totalmente negros miraban con furia el rostro espantado de su padre.
— ¿Qué pasa? ¿¡C-Como es posible!? —Intentó mover su cuerpo pero estaba totalmente paralizado, sus músculos no respondieron a los intentos agresivos de moverse—, ¡DIOS MIO! —ese fue su grito mirando los ojos completamente negros de su hijo.
— ¡RUBEN! ¡¡BASTA!! —el cuerpo de Sebastián impacto en la pared, estrellándose con fuerza. La sangre corrió cual charco en el suelo y parte de la pared blanca, quedo muerto en el suelo, frente a Bente y Rubén.
— ¿¡Qué... Que has hecho!? —corrió y se hinco aun lado de su cuerpo pálido y sangrante—. ¡Lo mataste! —gritaba aterrada Bente.
Rubén temblaba con furia y sus ojos estaban más que abiertos. ¿Qué había hecho? Había matado a su Padre. Retrocedió con lentitud aun observando lo que había hecho. Lo había matado de la peor forma.
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