La suela de su zapato golpeaba una y otra vez el suelo, sus manos se apretaban más a sus pantalones en puño y sus ojos estaban llenos de lágrimas. Hace aproximadamente 2 horas que le había llamado la madre de Rubén, diciendo que el castaño había tenido un accidente en el cual, un auto lo había atropellado en media calle. Todavía no salían de la sala de urgencias y Miguel se comenzaba a impacientar.
Su madre se encontraba en el otro extremo con las lágrimas desbordando de sus orbes verdes oscuros. Se sentía agotada, muerta en vida. No podía dar crédito a lo que había pasado esa noche, ni tampoco el cómo había encontrado el cuerpo de su hijo en el suelo después de ir a buscarle. Nadie estaba cerca, pero pudo sentir el aire espeso, provocándole hiperventilaciones. Al enfrentar el suceso tuvo que llamar enseguida a los paramédicos, diciendo que habían atropellado a su hijo, pero no puedo explicar el porqué el auto estaba completamente destruido.
—Él va a estar bien, Bente—Miguel susurró para darle consuelo a la pobre madre que se deshacía en sollozos y temblores—, el es fuerte, el jamás la dejaría.
—Sería lo mejor... ¿No crees? —abrió sus ojos en sorpresa, ¿había escuchado bien?—. El se siente tan vacío, tan sólo, tan decaído. Si se va, que así sea.
Tragó saliva y los escalofríos volvieron a su cuerpo. Miró a Bente pero sólo pudo ver ira y odio, pero sobre todo, tristeza. Miguel negó varias veces levantándose de brinco.
—Eso no pasará, el no puede dejarme, ¿Cómo puede decir eso?—se sentía indignado, molesto, cómo puede decir aquello, a pesar de ser su hijo, era una ridiculez.
Se mantuvo callada, arrepintiéndose. Pensó, Miguel. Claramente estaba cansada y más que harta, pero la muerte o las vísperas de muerte no se le desean a nadie. Mucho menos si esa persona quiere desaparecer de esta vida o como Rubén, quiere acabar con esa enfermedad que le acarrea desde pequeño. Volvió a mirar al frente, nuevamente escuchando los murmullos y las pisadas de los doctores que caminaban apurados a las salas.
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Entró con cuidado, cerrando la puerta con el mismo cuidado. Miró el pálido rostro de su ex en la camilla y pudo observar también la gran venda blanca que se enrollaba en su cabeza. Se sintió ahogado y quiso llorar ahí, pero tomó aire y avanzó a paso lento.
— ¿Rubén? —pregunta angustiado, su mano toma con delicadeza la contraria, que se encuentra fría y tiesa. Sus ojos pican pero con cuidado se inclina y deja un casto beso en la mejilla blanca de Rubén—, me alegró saber que ya no corrías peligro—acercó una silla detrás, arrimándola a un lado de la camilla, sin soltar sus manos—, ¿Qué pasó? ¿Qué demonios pasó, Rubén? —las lágrimas corrieron por su rostro y tuvo que inclinarse más para poder colocar su rostro en el torso de Rubén. Sollozo y se abrazo a sí mismo, sintió frío.
Apretó más el agarre de la mano, y se sintió levemente mareado. Revoloteó las pestañas tratando de enfocar su vista en algún lado de la habitación, pero no pudo. De un momento a otro su mirada se cegó completamente y sintió como la silla desaparecía, obligando a su cuerpo a caer con fuerza.
— ¡Joder! —sus ojos se abrieron, pero ya no estaba en el hospital, tampoco en la habitación. Se encontraba en una calle, sola, y podía escuchar coches a lo lejos. Su mirada vareo por toda la calle, no podía comprender que había ahí, tampoco el porqué.
Hasta que lo vio.
Rubén venía corriendo pero de pronto paró. Se veía agitado, cansado y podría jurar que el sólo estaba insultándose. Golpeó su cabeza con su puño con fuerza y volvió a avanzar por la calle, pero parecía absorto, como si estuviera en otra parte.
— ¡Rubén! —vio el auto venir a toda velocidad y cuando iba a correr a socorrerle, el auto voló sobre Rubén, mientras este mantenía sus manos levantadas, sus ojos estaban cerrados.
El auto se hizo trizas en el suelo y sólo puede ver el rostro aterrorizado de Rubén cuando vuelve a la realidad. Se encuentra en la habitación, aferrado a la fría mano del castaño, todavía.
Enseguida se suelta y retrocede tres pasos mientras con horror mira al castaño en la camilla. Siente arcadas y miedo, mucho miedo. Sale corriendo por la puerta, no se asegura verla cerrado, pero no se detiene, sigue corriendo hasta que encuentra los sanitarios, entra y corre a un cubículo. Donde se encierra y vomita todo lo que esa noche había cenado.