Sus miradas cruzaron una última vez en el salón, antes de que ambos abandonarán el establecimiento y que Rubén caminara a la salida, esperando a su madre. En cuanto salió, se topó con la mirada fría de Sara, la madre de Miguel. Lo observó como si fuera un bicho raro, como si fuera lo último en el mundo, lo más raro y extraño que había visto. Lo supo interpretar de todas las maneras posibles, volviendo a sentir el rechazo.-La tienes frente a ti. ¡Es hora!
Grito la voz infantil dentro de su cabeza. No quiso mirarla más, sabía que si lo hacía, la voz terminaría por arrojar su cuerpo hacia la calle, para que un coche pasase y terminará con la vida de aquella mujer que no dejaba de mirarlo mal. Miguel salió, y miro como Rubén luchaba contra si, para no arrematar con su madre. Corrió tomando su muñeca, jalándola hasta el estacionamiento, donde seguramente, estaría su auto. Pero su cuerpo se congeló en medio de su caminata apurada, totalmente paralizado.
—No me toques mamá, ve al auto... por favor... —la mirada fría y herida de Rubén los miraba a lo lejos, apretando los puños e infringiendo ese poder sobre Miguel, quien aterrado suplicaba a su madre que se fuera.
— ¿Qué pasa? Vamos Miguel, dime—la mano de su madre amenazó con tocarle, pero Rubén liberó su cuerpo segundos antes—, ¿Qué pasó? —volvió a preguntar tomando su mano. Los ojos e Miguel se llenaron de lágrimas y un fuerte miedo se instaló en su pecho.
—Nada, mamá. Sólo caminemos... no ha pasado nada—la mujer suspiro, caminando de la mano de su hijo.
Miro hacía atrás, pero no lo encontró. Había huido. Su cuerpo volvió a temblar. No era el Rubén que había conocido hace tres meses, el era aún más peligroso que antes.
(...)
— ¡Lo intentaste dañar! ¡¡No tienes porque hacerlo!! ¡¡No lo vuelvas a hacer!! —gritaba desesperado, aferrando las manos a las sábanas blancas, conteniendo su ira.
-Pareciera que aún no lo entiendes... jajaja, tu eres el que lo daña... tu quieres descargar toda tu irá en el... tu no lo amas...
Cubrió sus orejas, queriendo dejar de escuchar esa voz. Alejando los pensamientos de muerte y desesperación. Quería correr, escapar de esa casa, pero sobre todo, de él. Antes de que le haga mucho daño, y no pueda volver a contenerse. Su cabeza dolió, y su nariz sangro. Pues al retener sus intentos de matarlo, había dañado su cabeza, obligando a su mente a hacer lo que él pedía.
—No... No le voy a hacer daño ni él, ni a su mamá—decidido se levantó de la cama, abriendo las cortinas y acomodando todo lo que estaba desordenado.
-Vas a tener que hacerlo... tarde o temprano... ya sabes.
—No sólo porqué tú lo asegures, pasará. Algo que me enseñó Miguel... fue la fuerza de voluntad, y si voy a protegerlo, voy a tener que aprender a tranquilizarme... porque ahora no son sólo unos compañeros bobos de la secundaria... ahora es Miguel... mi Miguel—corrigió mirando la luz que entraba por la ventana.
(***)
Habían pasado dos días, en los que el castaño evitaba a toda costa el contacto visual con el pelinegro. Platicaba con sus amigos y comía con ellos en el receso. Rubén siempre lo cuidaba, observaba las reacciones al platicar, al reír, y hasta cuando se sonrojaba por los cumplidos a sus trabajos en clases. Era divertido, y podía durar horas observando cómo reía con sus nuevos amigos. Era muy claro que el ojiverde sabía perfectamente quienes eran; Guillermo, Alejandro y Abraham, sus nuevos y muy atentos amigos.
El estaba sólo, pero era una soledad cómoda, no se sentía abandonado sólo... cómodo, consigo mismo. Así no haría daño a nadie, era lo mejor. Pero lamentablemente para Rubén, no estaba del todo sólo... pues esa voz infantil siempre acudía en la soledad para decirle lo de siempre. Había veces que era bueno, y le contaba las conversaciones que Miguel tenía, le decía porque reía, porqué sonreía. Estaba feliz, al verlo feliz a él.
-Plática sobre un videojuego nuevo. Sus amigos ríen y comentan sobre ello. Nada fuera de lo normal...
Decía la voz en su cabeza. Rubén sonrió, pues Miguel siempre se había apasionado por los videojuegos, y podía durar horas escuchándolo hablar sobre eso. Siempre miraba sus expresiones emocionadas y como volvía a colocar sus lentes en su nariz, ya se venían hacia delante, dejando una imagen muy tierna de él.
-Deja se pensar, cada vez te vuelves más débil.
—No me importa ser débil por él... —susurro mirándolo a lo lejos.
-Vaya... que cursi te has vuelto... jajá.
—Sólo lárgate y déjame en paz... —Miguel giro su rostro, casi por inercia involuntaria, dirigiendo una mirada sorprendida al castaño.
Sus miradas se volvieron a encontrar después de dos días, y sólo puedo regalarle una bella sonrisa, antes de volver a poner atención a la plática de Guillermo. Se sintió feliz, pues el pelinegro le había sonreído, y no solo eso, había visto un brillo diferente en sus ojos. Estaba más que enamorado de su Miguel, no temía decirlo.
-Ese amor será tu perdición... tú no eres como el...
Bajo la mirada, entre-abriendo los labios. El tenia razón, el no era como él. Que ingenuo se sentía ahora, pues el amor que tenía era peligroso.
Él llego a salvar un alma irreparable.
Note:
No tuve tiempo ni imaginación para actualizar en domingo. Chau<3