—Hola...—revoloteó las pestañas enfocando su vista en el cuerpo de Miguel en la entrada. Suspiró, murmurando un desganado <<Hola>>. El pelinegro camino por la habitación, sentándose en la silla, asegurándose que estuviera unos metros más lejos de la camilla de Rubén. Sacudió sus pantalones con desinterés. — ¿Cómo estás? —pronunció. Rubén sonrió de lado, mirando como el pelinegro se encogió en su asiento.
—También tú, ¿Cierto? Ahora también te doy miedo a ti. —admitió. Miguel se quedó mudo, las palabras se atascaron en su garganta en un gran nudo. Las lágrimas encharcaron sus ojos oscuros.
—No...—musitó, tragándose sus palabras. Realmente quería admitirlo, pero ¿Cómo? Se sentía mal, no podía ni siquiera pensar en él tomando la decisión de jamás volver a acercase a Rubén.
— ¡Deja de mentir! —gritó, haciendo que algunas cosas se tambalearan en la habitación. Miguel se encogió una vez más, comenzando a sentir ligeros tembleques en sus piernas. —No mientas como ellos... por favor, Miguel... —sollozó ahora, apretando sus ojos con sus puños, sintiéndose débil nuevamente frente a Miguel. Él lo miró desde la silla, con las lágrimas también aflorando a borbotones. Se levantó y se sentó sobre la camilla, en una orilla para no incomodar a Rubén. Aspiró hondo, cerrando sus dedos alrededor de la muñeca del castaño, apartándola de sus ojos con suavidad.
—Sabes... si tengo miedo, tuve miedo—corrigió, perdiéndose en esos preciosos ojos verdes opacos, se inclinó hacia adelante, teniendo los labios de su ex novio a sólo unos centímetros. —Tuve miedo de perderte, de eso tuve miedo... —y sus labios se unieron. Tocándose con dulzura, con un sentimiento tan grande, que Rubén abrió los ojos sólo para mirar el rostro de Miguel, confiando que ese momento estaba pasando y no estaba soñando. Se aferró a la nuca del pelinegro, comenzando un duelo, donde sus besos eran una cura y Rubén necesitaba recibir de esa deliciosa cura para redimir de lo más profundo, donde su corazón (que ahora latía desbocado dentro de su pecho) se había escondido, y ahora, había relucido.
Se separaron con suavidad, aún con los ojos cerrados, y ahí, ambos supieron que debían de hacerlo más seguido. Rubén pensó que con los besos de Miguel todo el dolor que sentía, se desvanecía como polvo y Miguel... supo que aún había tiempo para salvar a Rubén, también se dieron cuenta que se querían más de lo que pensaban.
...
Tocó sus labios en la entrada, aún sintiendo los resecos, pero deliciosos labios de Rubén sobre los suyos. Se recargó en la puerta cerrada de la habitación del castaño, sintiendo que volaba a lo más alto. Cerró los ojos un momento, hasta que el sonido de su móvil resonó en la bolsa de su pantalón, saltó en su lugar pero rápidamente rebuscó en su bolsillo, mirando la pantalla. <<Mamá>> suspiró atendiendo.
— ¿Miguel? —se despegó de la puerta y avanzó a pasos lentos por los pasillos blancos. —Mamá, soy yo. ¿Qué pasa? —Dime que no estás con el enfermo ese ¿Verdad, hijo? —frunció el ceño, molesto. Otra vez comenzaría una pelea en donde Rubén era nombrado de cuanta forma se le pasará por la cabeza a su madre. Negó, pero volvió a apretar el teléfono con fuerza. —Ya hemos hablado de eso, Madre. Tuvo un accidente, es normal que quiera saber su estado. —se sentó en un banquillo de recepción. Era demasiado cansino tratar con su madre siempre. —Ya lo sé, sólo que... Uff, no quiero que te haga daño, Miguel. —quería decir que él jamás le haría daño, pero se tragó sus palabras. Al frente, un hombre de bata blanca lo inspeccionaba, anotando en una libreta algo. Miguel se incorporó en su asiento. —Mamá, claro que lo sé, hablaremos cuando llegue a casa. —y colgó, metiendo con desgano el móvil en su bolsillo.
— ¿Puedo sentarme? —levantó la mirada cuando escuchó una voz a su lado. Asintió, reacomodándose en su asiento. —Tú eres el amigo de Rubén Doblas, ¿O me equivoco? —preguntó, demasiado serio para el gusto de Miguel.
— ¿Quién es usted? —le miró de soslayo, metiendo ambas manos a sus bolsillos.
—David Azahar, psicólogo de Rubén.
— ¿Qué? —alzó ambas cejas mostrándose confundido. ¿Desde cuándo Rubén tenía psicólogo? Se preguntaba, mirando el suelo con la sorpresa en el rostro. Daniel sonrió, entendiendo.
—Podríamos hablar, necesito que me hables de tu amigo, ¿Podrías? —Miguel asintió monótono, levantándose y siguiéndole muy de cercas.
-él sigue aquí, está abajo, con... Azahar, tú psicólogo.
Rubén frunció el ceño ante esa información, su madre estaba a su lado leyendo una revista, después de que Rubén dijera que tenía sueño. Suspiró pasándose una mano por el rostro, alzó la cabeza un poco, dejándola caer después, irritado. Su madre le miró unos segundos con una ceja enarcada y luego volvió su vista a la revista.
— ¿Qué te pasa ahora? —cuestionó, sin apartar la mirada de las letras llenas de chismes de famosos. Rubén pudo leer su mente, pero no era más que pensamientos absurdos sobre qué podrían hacer los famosos ahora, con el encabezado de Taylor Swift ¡Odiada!. Casi suelta una carcajada, pero nadie podía darse cuenta del nuevo poder que Rubén había desarrollado tras su accidente.
— ¿Te importaría traerme un poco de agua? —murmuró, con la mirada fija en el suelo. Su madre levantó la vista con una sonrisa en el rostro.
— ¡Claro! Ahora vuelvo. —se levantó, dejando la revista en su asiento antes de salir por la puerta. Rubén pudo suspirar de alivio, se volvería loco con tantas risas y palabrerías que su madre soltaba cada cinco minutos.
-¡Ya me aburrí de estar aquí!
— ¿Crees que yo no? Maldita sea, no puedo hacer nada aquí. —maldice, resoplando. Su madre llega unos minutos después con una botella de agua. Rubén la toma mientras juega con la aguja que se entierra en su mano.