La chica de cabellos oscuros subió al escenario observando directamente a quienes serían sus dos mentores, lo único bueno de todo aquello era que al menos los conocía. Obviamente uno era su mejor amigo, y Mags era importante para él, por lo tanto también para ella. Iba jugueteando con sus dedos, imaginando que había una cuerda en ellos. Se detuvo junto a quien había sacado y leído su papel, tragando saliva e intentando contener los fuertes estremecimientos que estaba presentando en ese instante.
Finnick, por otro lado, no quitó un solo segundo sus ojos de ella. Desde ya empezó a planear una estrategia para sacarla, olvidando por completo la existencia de un segundo tributo. No le interesaba nadie, si debía dejar de enviarle cosas al tributo masculino para salvarla, no sentiría un peso en su consciencia. Estos Juegos del Hambre para él serían los más críticos de su vida, más que aquellos en los que había participado. Conociendo a Annie, ella no iría adentro a asesinar gente, un milagro sería el hecho de que se defendiera.
Observó su contextura. Delgada y frágil, una débil chica que con suerte parecía estar de pie. Bajó sus ojos a sus pequeñas manos, muchas veces había sido blanco de críticas de su parte, cuando comparaba las manos de su amiga con las de un bebé. Y claro que se asemejaban, para lo único que servían, al no tener nada de fuerza, era para tejer cosas con sogas. Su fuerte debían ser las trampas y el hecho de parecer tan tierna, que sumado a la ayuda de su apetecido mentor, podría obtener muchos patrocinadores.
Finnick ni siquiera escuchó el nombre del tributo hombre, pero pronto ya tuvieron que irse. Él se dirigió de forma instantánea hacia el cuarto en que estaría Annie esperando visitantes en el Edificio de justicia. Tendría muchos minutos en el tren y en el tiempo de entrenamiento para estar con ella, pero aun así no desperdiciaría aquella ocasión más íntima, sin el reproche de un tributo abandonado por su mentor.
—Annie —llamó el joven al cerrar la puerta tras de sí. La aludida dejó de mirar por la ventana y se apresuró a abrazarlo—. Te protegeré, ¿me escuchas?
—¿Para qué? —rió ella—. No saldré viva de ahí, porque ni siquiera lo intentaré. Así que mejor protege al otro chico, al menos salvarás a alguien.
Las palabras golpearon dolorosamente a Finnick.
—Él no existe para mí —murmuró cerrando los ojos e intentando relajarse—, solamente tú.
No hablaron más. Lo que quedaba de los minutos de visita se esfumó con rapidez, siendo echado de la sala por Agentes de la paz. Suspiró ruidosamente mientras se perdía en los pasillos. Sabía todo lo que venía después de memoria, Annie viajaría en un auto hasta la estación, sería acosada por las cámaras que intentarían captar cada uno de sus movimientos. Sería obligada a sonreír en la puerta del tren, para luego ser guiada hacia el lugar donde ella se quedaría, donde podría relajarse mientras el viaje al Capitolio se llevaba a cabo.
—Finnick —escuchó una voz reconocida por él. Se volteó a mirar a Mags—. ¿Estás bien?
—“Bien” es una palabra complicada —intentó sonreír, pero sólo salió una mueca malhecha. Bajó la vista—. Aun así, debo estarlo para ella o se asustará.
—Eso, Finnick —sonrió la anciana mientras exploraban el tren tan conocido por ellos.
Al momento de la cena, el joven se apresuró hacia el Comedor, queriendo estar ahí de antes de que apareciera Annie. Se deleitó con cada una de las cosas que ahí había, pero prefirió las cosas dulces, al contrario de Mags que optó por lo salado. Primero apareció el joven Alex Stanley, un joven alto, fornido y moreno. Tenía diecisiete años recién cumplidos. No había alcanzado a salvarse, era su última cosecha y salió electo. Definitivamente estaba odiando a su suerte. Seguido de él, envuelta en un hermoso vestido celeste, Annie hizo aparición.