Capítulo 4: Gong

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Finnick siguió a Annie por la noche hasta su habitación, colándose en ella y esperando a que ésta se duchara. Al día siguiente empezarían los Juegos, se la llevarían hasta el campo y él tendría que ir a la Sede central de Los Juegos. Quería al menos estar esa noche con ella, dormir a su lado como en los viejos tiempos dormían en la orilla del mar.  Se acercó hasta la cama y se sentó en ella a la espera de la chica. Su estómago estaba apretujado, sentía nauseas  continuamente aquel día, sabiendo que sus nervios se debían a lo que sucedería al día siguiente.

Se tendió completamente en la cama y cerró los ojos, meditando lo que no había querido pensar en ningún momento. ¿Cuántas posibilidades tenía de salir con vida de ahí alguien como Annie? Ella siempre se preocupaba de los demás, más que de ella misma, y sabía que no mentía cuando decía que no iría a combatir. Incluso tenía bastante claro que ni siquiera lo haría cuando estuviera en peligro. Viendo todas esas cosas, además de su forma precipitada de actuar, la dejaban en mayor desventaja que todos los demás.

Mordió su labio y llevó sus manos a su cara, cubriéndola con ellas. El miedo comenzó a embargarlo, su pecho de pronto parecía estar siendo presionado con fuerza, impidiéndole respirar con facilidad. ¿Qué haría si no lograba sacarla de ahí? ¿Podría continuar su vida con aquella culpabilidad?  ¿Podría continuar sin nunca volver a verla de nuevo? Se imaginó a sí mismo presenciando la muerte de su amiga, de su confidente. ¿Podría sobrevivir él mucho tiempo al ver morir a Annie sin poder hacer algo?

—¿Finnick? —el aludido abrió los ojos y se sentó en la cama para ver a Annie, quien sólo se cubría con una toalla, caminar hacia donde él estaba. Su piel y su cabello brillaban por las gotas de agua que se deslizaban aún—. ¿Qué haces aquí?

—Espero a que te acuestes para que pueda dormir aquí junto a ti —respondió Finnick observándola—. Así que ponte un pijama y ven a la cama pronto.

Nunca una noche con ella había sido tan mala. Había despertado continuamente por las pesadillas que lo acosaban, pero el sentir las caricias que ella le daba para que se tranquilizara le hacían volver a dormirse al menos unas dos horas seguidas. A la cuarta vez que Annie tuvo que calmarlo, se dieron cuenta de que ya no valía de nada intentar dormir, faltaban solamente diez minutos para que llegara la hora acordada para levantarse, por lo que Finnick se fue a su habitación para cambiarse de ropa y dejar a Annie hacerlo también.

Al volver a reunirse era el momento de la despedida, abrazos del equipo de los Tributos lograron que Annie perdiera la poca fuerza que había estado utilizando para evitar el llanto, el cual brotó de sus ojos y su garganta cuando Finnick tan solo había abierto sus brazos para llamarla. Ambos se abrazaron con fuerza, comprendiendo la gigantesca posibilidad que había de no volverse a ver nunca más, de no sentirse nuevamente.

—Lucha, Annie —pidió Finnick sintiendo la picazón característica en su garganta y ojos de cuando quería llorar. La abrazó más fuerte aún—, por favor.

—Lo siento, Finnick —susurró Annie en contra de su oído, acariciando su cabello, recién percatándose que estaban solos, ya que los demás les habían dado intimidad—. Cuida de Mags e intenta ser feliz.  Esfuérzate al máximo por sacar a uno de nosotros vivo, sea quien sea. Pero ojalá pongas en especial cuidado a Alex, que de verdad tiene posibilidades.

Seguido de eso se soltó y se alejó rápidamente de Finnick, corriendo hacia donde debían ir los tributos, sin ser capaz de mirarlo una última vez. Lágrimas descendían por su rostro, tenía miedo, quería escapar de aquel lugar. Esconderse no sería posible ahí, la encontrarían de inmediato, incluso podrían matarla apenas el gong sonara anunciando el inicio. Más que nada, lamentaba el hecho de no poder volver a ver a Finnick, nunca más vería su sonrisa o lo abrazaría, nunca más escucharía sus bromas. Nunca podría saber qué se sentía besarlo.

El mentorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora