Capítulo 3: Mariposa

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Annie observó a Finnick aparecer en el comedor de forma despreocupada por la mañana, alzando los brazos para bostezar una vez más. Vestía un traje negro, con una corbata ploma sin anudar cayendo desordenadamente por su pecho. Curioseó unos instantes por la ventana y luego le devolvió la mirada a su amiga, intentando con todas sus fuerzas regalarle una sonrisa auténtica, pero al estar camino al "matadero", no pudo más que alzar la mano y saludarla de aquella forma, sin sonrisas de por medio.

Se acercó a la mesa aún sin hablarle, tomando un tazón grande entre sus manos y haciéndose un café cargado. No había tenido una buena noche, era una exageración si decía que había logrado dormir más de una hora continuamente. En general, cada vez que lograba cerrar los ojos y dormir, se despertaba de un salto al soñar con Annie siendo atacada por alguno de los demás tributos que habían sido elegidos, ya sabía con quiénes se enfrentaría la joven.

Bebió calmadamente aquella deliciosa bebida, saludando a Mags cuando ésta entró a servirse un té verde. Al cabo de unos segundos también ingresó Alex, intentando parecer tranquilo a pesar de la incomodidad que le provocaba estar cerca de Finnick. Obviamente temía de él, éste era un vencedor de los Juegos del hambre, había asesinado a muchos y en el Capitolio lo adoraban. Si al salir vivo de los Juegos lo tenía como amenaza, no le quedaba nada más que asumir que moriría igualmente. Finnick le sonrió con suficiencia. 

El desayuno fue tranquilo, no habían intercambiado palabras más que unas cuantas preguntas sobre los demás tributos de los Distritos. Si acaso había profesionales, si hubo voluntarios, las más típicas preguntas.  Esto tenía bastante nerviosa a Annie, a quien muchas veces el silencio le parecía el peor ruido que alguien podía soportar. Tosió fuertemente para hacer que alguien le preguntara si estaba bien, ¡que emitieran palabras! Pero nada. Optó por hablar ella misma.

—Finnick llamó, obligándolo a soltar el tazón con el que fingía beber café; ambos sabían que hacía un buen rato se lo había acabado—, ¿quién te pareció el más fuerte de los demás?

—El chico del 2 parece bastante musculoso —opinó Finnick meditativo. Afirmó sus codos en la mesa—, pero la fuerza no es lo mejor en algo así, tal vez lo es la estrategia.

—De cualquier forma, ahora llegaremos al centro de renovación —habló finalmente Mags, bebiendo lentamente su té—. Les ayudarán con la apariencia, recuerden que es importante a la hora de conseguir patrocinadores.

—No olviden hacer caso en todo a los estilistas —recomendó Finnick apoyándose más en el respaldar de la silla. Miró a Annie con una sonrisa amable—. Dudo que hagan muchos cambios en ti, siempre estás hermosa y llamas la atención de todos —luego miró a Alex de forma despectiva—, así que el problema serás tú. Tendrás que soportar unas cuantas horas más ahí, pero te dejarán como un humano.

—No seas antipático, Finnick —pidió Annie rodando los ojos. Posó una mano en el hombro de Alex, quien la miró—. Tenías a muchas de mis compañeras de curso tras de ti, así que no te preocupes, eres muy guapo.

El mentor puso los ojos en blanco. Debía admitir que no le gustó el comentario de Annie. ¿Lo decía sólo por ser amable o porque de verdad pensaba que era guapo? Intentó recordar el gusto de la chica, pero nunca hablaban de esas cosas. A ella le avergonzaba contarle cualquier cosa que tuviera que ver con hombres, incluso no había querido hablar cierta vez en que él la encontró besando a un chico cuatro años mayor. Bueno, él a ella. Prácticamente había tenido que obligarla a decirle si había llegado a algo más que ese beso.

Era invierno, las olas rompían fuertemente en las grandes rocas ante semejante viento. Finnick observaba desde su ventana la lluvia chocando contra los vidrios. Recién venía llegando del Capitolio tras el "préstamo" de servicios de compañía a una mujer de casi treinta años. Aún no se acostumbraba a todo eso, a ser de quien pagaba a Snow una cantidad de dinero. El hecho no estaba en si le gustaba o no conocer gente nueva, le afectaba más el hecho de tener que hacerlo obligado y que esa gente nueva que iba conociendo no se conformaba con simples besos adolescentes.

El mentorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora