Capítulo final: Sinceridad

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Meses ya habían pasado desde aquella noche en que Annie descansó de las pesadillas, meses en que nada parecía cambiar en el estado de esa joven. La gente ya le decía “la loca del distrito 4”, cosa que hacía enfadar notablemente a Finnick, el cual, si bien seguía siendo el simple juguete del Capitolio, parecía dispuesto a terminar de una vez con todo. Seguía aceptando el hecho de tener que salir con todo aquel millonario que lo quisiera, pero había empezado a pedir secretos que valieran la pena; era un plan.

En medio de esos Juegos, había decidido hacer todo lo posible por hacer caer al Presidente Snow, cualquier cosa le servía en aquel plan. Sin embargo, debía ir con cuidado, debía ir lento para no perjudicar a la única persona que valía la pena en su vida, además de Mags. No quería que, en su venganza, Annie saliera herida, pues bien sabía Snow que ella era la persona más importante para Finnick. Sabiendo eso, fácilmente podrían volver a usarla en su contra. Ese hecho era el porqué muchas veces había intentado alejarse de Cresta, mas no podía hacerlo.

Caminó en silencio de vuelta a su hogar, deseando descansar y no volver a ver nunca más a una lujuriosa mujer del Capitolio, estaba harto de todo. Pateó fuerte una caja antes de sentarse en la escalera de la entrada de su casa, llevando sus manos a su cara. Veía muy seguido a Annie, pero no con la frecuencia que él quería. Odiaba despertar junto a una dama desconocida en vez de abrir los ojos y estar a su lado, al lado de aquella mujer que era dueña de su corazón. Apretó sus puños, quería acariciar su cabello como siempre, pero cada vez se sentía menos apto para ello.

Recordó que, años atrás, siempre había apartado a Annie de aquellos hombres que no la merecían, que podrían dañarla. ¿A quiénes? A los que salían con muchas mujeres y luego las botaba, así que, por mucho que él quisiera convertirse en el amor de Annie, sería muy hipócrita como para soportarlo. Por otro lado, lo invadía el miedo cada vez que intentaba sincerase con ella, el miedo a herirla. Era como si en esos segundos, todo en él fuera un arma mortal dentro de la Arena de juego, como si sus palabras la saldrían asesinando.

Exhaló y pudo ver su respiración debido al frío que invadía el Distrito 4, un frío propio del invierno. La lluvia caía a cántaros a los alrededores de Odair, quien se guarecía bajo el techo de aquella escalera. Desde su posición veía perfectamente el embravecido mar, el cual se agitaba con violencia contra las grandes rocas que decoraban la orilla. Quiso ir a nadar, perderse en sus pensamientos en ese sitio, pero a la vez quiso caminar unos cuantos metros e ir hacia la casa de Annie. No supo qué hacer, hacía tiempo que no sabía cómo actuar con ella.

—No me vendría mal una visita al mar.

Como siempre, huyó de ella. Anhelaba el poder controlar sus sentimientos y borrar el amor que crecía dentro suyo, perteneciente a Annie. Jamás ocurriría algo con ella por la inocencia de la castaña, a diferencia de la vida que llevaba Finnick. Se levantó con brusquedad y, tras entrar a su casa en busca de algo de licor, se dirigió hacia la costa. Apenas sus pies tocaron la arena mojada por la lluvia, se quitó los zapatos y siguió adentrándose en la playa. Luego se dejó caer junto a una piedra, abriendo la botella de ron y vertiendo algo del contenido en su boca.

Bebió otro poco cada cierto tiempo, hasta que sintió calor incluso bajo la lluvia. Sus labios temblaron al recordar la época en que ambos nadaban sin preocupaciones allí, en la cercanía que tenía con ella, en la forma en que la abrazaba sin miedo a nada. Pero Annie ya no era la misma, era mucho más débil que antes, todo en ella parecía poder quebrarse con un leve roce. Incluso su alma. Observó la botella cuando la primera lágrima cayó de sus mejillas, presionándola con fuerza por la rabia que lo invadía.

¿Por qué todo le sucedía a él? Mucha gente soñaba con tener dinero, mujeres y mucho alcohol, pero Finnick sólo quería una vida tranquila en una casa pequeña junto a Annie; hubiera sido tan fácil si jamás hubieran pisado la arena. Para él había sido muy fácil asesinar en su búsqueda por la supervivencia, pero Annie no fue capaz de herir a nadie. ¿Cómo podrían estar juntos dos personas tan diferentes? No existían parejas así, era como la antigua historia de la Bella y la bestia, pero esa bestia, a su parecer, era incluso un dócil perro en comparación a un asesino como él.

El mentorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora