Su mandíbula tiritaba de forma incontrolable mientras empuñaba su mano, con la misma fiereza con la que sus ojos miraban a todo aquel que se atravesaba en su camino. No supo cuántas veces sus codos tocaron las costillas de algún curioso, pero no tenía ánimos de pedir disculpas a quienes se acercaban a ver qué le sucedía. Pateó algunos basureros, pateó sillas y paredes, desahogando la rabia que lo estaba invadiendo de a poco, mientras recordaba continuamente la forma en que aquel tributo había tocado los labios de Annie; de su Annie.
No escuchó a nadie más que a sí mismo, gritando al aire su rabia, discutiendo consigo mismo sobre quién tenía la culpa de todo aquello. No toda era de Alex, él tenía mucha más culpa por jamás antes percatarse de esos sentimientos, porque en ese momento las piezas encajaron y supo, por fin, que amaba a esa mujer. Sin embargo, sabía que ya nada servía a esa altura, suponía que Annie le estaba correspondiendo, que tal vez en ese momento ya eran novios. Después de todo, era Alex quien estaba en esa arena con Annie, no él.
Cerró la puerta tras su espalda y se deslizó por ésta hasta sentarse en el helado suelo, hundiendo su cabeza entre sus rodillas, abrazando sus piernas. Necesitaba tranquilizarse para volver a mirar la pantalla, puesto que, incluso cuando ella estaba con otro hombre, tenía que protegerla por sobre todas las cosas; tenía que sacarla viva de allí. Tronó sus dedos, deseado haber llevado con él esas cuerdas para hacer nudos con ellas, haciendo las redes que normalmente hacía. Deseó muchas cosas, pero el mayor deseo tenía que ver directamente con el rechazo de la tributo.
—¿Estás bien, Finnick? —Aquella pregunta rompió el silencio.
—Quiero estar solo, Mags. Dame unos minutos.
Mantenía su mano empuñada firmemente para cuando la voz de su mentora volvió a sonar.
—Entonces supongo que no te interesará saber lo que Annie dijo sobre ti, cuando se alejó de Alex.
Fue inmediato. Finnick se levantó con torpeza y abrió la puerta con desesperación, comportándose como el niño que todos decían que era, como si le hubieran ofrecido algún juguete o el caramelo más sabroso del mundo. Tomó los hombros de Mags, quien parecía satisfecha por la reacción del joven, pero ésta sólo empezó a avanzar y a alejarse de Odair, quien la siguió con rapidez en su intento por escuchar qué había dicho Annie.
En su mente pasaron muchas opciones, entre las cuales había una que era casi inverosímil a su vista. ¿Annie enamorada de él? Era imposible, ella era demasiado inocente e ingenua como para posar sus ojos en quien vendía su cuerpo a mujeres de todas las edades. Quizás sí había un cariño hacia él, no era precisamente lo que quería, pero se conformaba con el rechazo a Alex, así le daría tiempo a él para poder ordenar su propia vida y acomodarse a lo que Annie necesitaba. No se consideraba a sí mismo algo bueno para Cresta, pero haría de sí alguien apto para ella.
Dio varias zancadas para posarse frente a Mags y obligarla a detenerse.
—¿Y bien? ¿Qué dijo?
—Sobre ti nada, no específicamente —explicó la mujer, esquivando al joven de cabello broncíneo y continuando su camino—. Sin embargo, dijo algo como “lo siento, pero amo a otra persona y él puede estar viendo esto”.
—¿Y dices que esa otra persona soy yo? —preguntó Finnick rodando los ojos—.Puede ser cualquier otro.
Mags siguió su camino sin inmutarse, pero el chico la detuvo por el brazo.
—Mira, Finnick —suspiró ella, había perdido la paciencia—, ¿a cuántos hombres conoce ella?
—Muchos, digo… no sabíamos que conocía a Alex…