Capítulo 5: Snow

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Finnick se precipitó hacia el lugar donde debían estar los mentores, evaluando desde ahí los daños que Annie había recibido. Vio mucha sangre en su rostro, le asustó el ver sangre saliendo de su boca. Observó su mano, su cabeza, cada uno de los cardenales que se iban formando en la piel blanquecina de la chica. Tragó saliva, preguntándose si acaso había más, si acaso podría sobrevivir. No era lo mismo mirar a través de una pantalla que tenerla frente a él, ya que obviamente no podía revisar más de lo que las cámaras enfocaban.

Alex le alzó el rostro a la chica y notó que estaba inconsciente, por lo que por el momento solamente se aseguró de apagar la fogata, tomar la mochila y todo lo perteneciente al tributo muerto y luego tomar en brazos a Annie, yéndose hacia una dirección cualquiera, queriendo alejarse lo máximo posible del lugar donde el humo llamaría la atención de los otros. Cada cierto tiempo miraba a la joven, pero le incomodaba el verla tan mal.

En cuanto encontró un lugar escondido entre grandes rocas, colocó a Annie en el suelo y revolvió en todas los bolsos. Tenía cuatro en su poder, el de Annie, uno suyo y dos del tributo caído. Buscó si acaso había medicina, algo para curarle las heridas, pero no encontró nada. Tomó una tela que había y vertió el contenido de una botella de un litro del tributo del 10, para luego comenzar a limpiar cada una de las heridas que Annie tenía, para así poder ver mejor qué tan mal estaban.

—Annie —la movió Alex con fuerza. Le tomó las pulsaciones y recién ahí se relajó, optando por dejarla dormir—. Medicinas, necesito medicinas. Reacciona, idiota —murmuró mirando hacia el cielo, dirigiéndose a una persona en especial.

—Sí, medicinas —aprobó Finnick asintiendo con la cabeza reiteradas veces en cuanto logró entrar en razón, alejándose de su pequeño lugar de trabajo.

Corrió hasta encontrarse con una de quienes había prometido su ayuda, pero que aún no había aportado, comenzando su rol de hombre seductor al instante. Nuevamente no fue la única que se acercó a él, tres más habían sonreído hacia él. No le costó mucho el conseguir el dinero que necesitaba de ellas, llevándolas rápidamente hacia donde se hacían las donaciones para hacer que se enteren de qué era lo que él, como mentor, solicitaba. Mientras tanto, mentalmente tachaba tres noches más después de los Juegos; el precio a pagar.

Al poco tiempo, Alex vio caer dos paracaídas, uno tras otro. En el primero iba una clase de crema que supuso debía aplicar directamente a las heridas sangrantes. En el otro, el paracaídas había hecho llegar vendajes.  Se puso a trabajar de inmediato, echándole todo lo que había llegado. No sabía lo que hacía, pero al ser cremas supuso que se debían ser puestas sobre la herida, y luego vendarlas con lo que Finnick había enviado. Se sentó cerca Annie y se quedó despierto aquella noche para vigilar que nadie se acercara a atacarlos.

Cuando el sol indicaba que era pasado el mediodía, Annie abrió los ojos con dificultad. Sentía dolor en varias zonas del cuerpo cuando se sentó. Estaba sola, en aquel escondite al cual no recordaba haber ido. Confusa dirigió su mirada a las heridas de su cuerpo, pudiendo recordar de inmediato aquel ataque que había recibido. Lo que no podía averiguar era cómo había logrado sobrevivir, cómo se había arrastrado hasta ese sitio. ¿O acaso estaba muerta?

—Despertaste —escuchó. Giró su cabeza asustada, pero se relajó en cuanto vio a Alex, quien traía pescados perfectamente cocidos. El chico se adentró en lo que parecía ser una caverna y depositó la comida en el suelo—. Lo fui a cocinar lejos de aquí, así no atraje a los demás tributos hacia nuestro escondite.

—¿Tú me salvaste del 10? —preguntó Annie mirándolo. El chico asintió—. Gracias.

—De nada, te lo debía —sonrió Alex sentándose junto a ella y tomando un pescado, para luego comenzar a desmenuzarlo con los dedos y llevárselo a la boca—. Come algo, Annie, te hará bien.

El mentorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora