Tercera cesión.

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—A que no adivina lo que me pasó ayer.

—La verdad es que soy pésimo para las adivinanzas.

—Debería tomar unas clasesillas con el Gollum, yo lo conozco, no le interesa.

—La verdad es que no, cuénteme lo que le pasó de una vez, por favor.

—Estaba lloviendo.

—Bien, ¿no le gusta la lluvia?

—Si, es que me encanta, pero el punto es que este no es país de primer mundo como para enfermarte de gripa, solo porque estabas disfrutando de la lluvia.

—Déjeme decirle que no entiendo.

—Usted jamás entiende nada, deberían quitarle el título y dárselo a alguien que entienda de toda clase de palabras.

—¿Tuvo decepciones desde la infancia no es así?

—No.

—Padres liberales, una lástima para una mujer conservadora como usted, le diría que lo siento pero sería una mentira, ese dolor la ha llevado a ser una persona fascínate.

—Cállese...

—Finge ser fuerte ante la gente porque tiene miedo de ellos, una antropofobia tan sublime que no cualquiera podría notarla.

—¡Cállese!

—Esta bien, ¿De qué quería hablarme?, tenía que ver con la lluvia.

—La banqueta estaba mojada, el agua lamia aquella acera gris en la que estaba parada con suma lentitud y el rimel que alguien me obligó a usar se había corrido y tenía las calcetas empapadas y la garganta me picaba y entonces apareció el, con un abrigo de piel y un paraguas color café, hablaba por el móvil, no me noto, nadie me nota, se colocó de espaldas y por su paraguas caía un chorro de agua que rebotaba en mi...

—¿Qué pasó después?

—Le dije que se fuera, a usted ya sabe dónde.
Me sonrió y dijo niña tonta.

—¿Y?

—Y era igual a Josep.

—¿Y?

—Me deshizo el corazón.

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⏰ Última actualización: Apr 22, 2016 ⏰

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Mis treinta primeros erroresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora